Lágrimas frescas
En
recuerdo de Victoria,
Mi
compañera desaparecida…
Rosa
que el fuego de mi amor consume,
Ave
que llora con mi propio llanto;
Fugose
el ave y me dejó su canto,
Murió
la rosa y me dejó el perfume.
Y
es que ese aroma y esa melodía
Que
me hicieron alegre y sano y fuerte
Serán
incienso y fúnebre armonía.
Así,
a fuerza de amante sin fortuna
Que
intenta huir a su destino adverso,
Voy
a forjar un amoroso verso
A
la memoria de Rosario Luna,
Aquella
que me dio todo lo suyo,
Aquella
a quien le di todo lo mío,
La
que tuvo calor para mi frío,
La
que no supo hablar sino en arrullo,
La
que para aliviar en su partida
Mi
carga de dolor y desconsuelo,
A
cambio de mis noches de desvelo
Me
mostraba su faz agradecida.
Cuando
vencido por la desventura
Palpé
el horror de mi existencia vana,
Tendiome
al punto, como buena hermana,
El
mullido plumón de su ternura.
Si
en cada poro me clavaba espinas
El
dolor en que estoy crucificado,
Ella
sobre mi cuerpo lacerado
Hizo
lo que a Jesús las golondrinas.
Al
reposar de la habitual lectura
Que
nuestro pensamiento fatigaba,
Mi
corazón sumiso se extasiaba
En
la piedad de su mirada oscura.
Corría
el tiempo desapercibido
Sin
que nuestro silencio se turbara,
Lo
mismo que una mano que pasara
Por
sobre el lomo de un lebrel dormido.
A
veces, al relato de algún cuento,
Mientras
alzaba por temor el hombro,
Parpadeaban
sus ojos en asombro
Como
dos mariposas contra el viento.
Y
si el amor que urdió la fantasía
Tras
el punto final quedaba ileso,
Me
pagaba el relato con un beso
Por
compartir conmigo su alegría.
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