miércoles, 25 de noviembre de 2020

ROQUE ESTEBAN SCARPA

 

 

 

 

Variaciones de Adán

 



Adán, padre mío, nombre mío olvidado,
nadie te siente vivo en el rincón más oscuro
del cuerpo ni en el punto más luminoso
cuando algo nombra. Eres su olvido,
apostaría, de haber sido habitante del paraíso,
residir entre las cosas ignorantes.
Todas las creaciones estaban sin saberse.
¿Podría conocer la brisa que abrazaba a la higuera,
y el sabor de los higos la caricia sin dedos,
si la brisa era desmemoriado paso
y la higuera, temblor de no tener espejo?
La palabra revistió con piel de lumbre
toda la materia y el espectro inexistente de mudas apariencias
según lo sentiste tú, Adán, por vez primera.
El Paraíso ha sido mutilado desde entonces.
Tú lo trajiste entero junto a tu destierro
con la manada de hombres en la memoria
que en sombra te seguía. Cada hijo engendrador
del propio olvido. La sombra la devora la tiniebla.
Todo va siendo noche, amnesia. Las generaciones
se suceden más que en la vida, en la muerte
y allí conducen la débil experiencia, su cáscara
sin meollo. El desierto crece en el paraíso hurtado.
Adán, padre mío, rostro mío olvidado,
que nostalgia tengo de tus nombres.
Debo andar el camino que agotaron.
Me voy moviendo hacia tantas muertes.
Me incita el morir el eterno paraíso,
transponer aquella espada de fuego con sus alas,
morar después las deshabitadas casas, 
pulir la voz que despierta en mi oído
purísimas memorias, la tentación incluso
del goce y del dolor para el Otro venga.

 

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