jueves, 18 de febrero de 2021

ÚRSULA CÉSPEDES

 

  

 

El cementerio de La Habana

 

 

Aquí está el cementerio; mas en vino

buscan mis ojos en redor siquiera
la sombra de un ciprés;
aquí están los sepulcros, y mi mano
no halla una flor con que vestir pudiera
su estéril desnudez.

 

Ningún rumor se escucha; las abejas
de esta inmensa colmena, se han dormido
en sus celdas sin miel;
¿qué importan de los céfiros las quejas
entre las ramas del laurel florido,
ni qué el mismo laurel?

 

¡Muertos!, la paz que disfrutáis, empero,
en este rico panteón, me aterra,
me hiela de pavor:
pues yo para mi tumba mejor quiero
que estas puertas de jaspe, una de tierra,
un árbol y una flor.

 

¡Oh!, cuán solos estáis, qué silenciosa
ven de las tumbas vuestros ojos fijos
reinar la obscuridad!;
¡qué lejos está el esposo de la esposa!
¡qué apartada la madre de los hijos
que dejó en la orfandad!

 

¡Oh!, cuán solos estáis; la santa ofrenda
que a vuestro umbral depositó una madre,
la llevó el aquilón;
no hay un sollozo que las piedras hienda,
ni un dolor que los mármoles taladre
de esta yerta mansión.

 

Si abren las flores su argentado broche
y el Euro blando silencioso orea
las ramas de la vid;
si la lluvia de mayo por la noche
en vuestra losa sepulcral golpea,
¿qué os importa, decid?

 

¿Qué os importa, decid, que suave y lenta
resbale por los aires una nota
del arpa universal;
si sólo el estridor de la tormenta
o el granito que en mármoles rebota
pudierais escuchar?

¡Muertos!, la paz que disfrutáis, me aterra;
esos sepulcros en el muro fijos
me hielan de pavor:
yo no quiero en mi cuerpo más que tierra
empapada en el llanto de mis hijos,
un árbol y una flor!

 

 

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