Los
ladrones
Ven
a verlos por la mañana
con
la gorra hasta las orejas.
Han
desvalijado a las viejas
del
Asilo de las Hermanas.
Dilapidarán
sus dineros
con
mujeres y malandrinos
en
pocilgas y merenderos,
en
milongas y clandestinos.
Oirán
un tango de Pracánico
y en
lo del Pena ole con ole
mientras
sueñan con Rocambole
las
muchachas en el Botánico.
Del
Parque Goal el payador
humedecerá
sus mejillas
cantando
sombrías coplillas
de
sangre, de muerte y de amor.
A la
noche con la mamúa
irán
de pura recalada
a
besar la crencha engrasada
que
cantó Carlos de la Púa.
Y
son humanos, inhumanos,
fatalistas,
sentimentales,
inocentes
como animales
y
canallas como cristianos.
Ninguna
angustia los desgarra.
Cada
cual vive como quiere.
Cuando
la madre se les muere
le
ponen luto a la guitarra.
Los ladrones
Los
ladrones usan gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas.
Algunos
llevan una linterna sorda en el bolsillo. Por otra parte, se enamoran
de
robustas muchachas, coleccionan tarjetas postales y a veces
lucen
un tatuaje en el brazo izquierdo, una flor, un barco y un nombre:
Rosita.
Todos los ladrones están enamorados de Rosita y yo también. Los
ladrones
saben silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el
vals.
Aman sobre todo a la madre anciana y cuando ésta se les muere
cantan
un tango, lloran desconsoladamente y de los objetos dejados por
la
muerta, a repartirse entre los hermanos, eligen una virgen de plata y
el
canario.
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