sábado, 7 de enero de 2023

NUNO JÚDICE

  

 

Apuntes para una estación

 

 

Las manzanas se pudren en el armario donde mi abuela
las guardó. Un viento fresco entra por las grietas de la puerta
y canta, despacio, una letanía encantada
de muertos y cipreses. Agosto pasa, entero, en las imágenes
de un antiguo estancamiento en el que acuesto el poema,
como en una corrupta cuna. Y vuelve a oírse la voz
que corría por el campo sin sombra, clamando, sin
oír la lejana respuesta: “Floreció, el difuso
rosal, y dejó que la madrugada lo tiñera de una luz
blanca; buscando, después, la eternidad
del verso para abrigo de la flor incomparable, pétalos húmedos
de los minutos iniciales…” El canto envuelve la muerte
del mundo que abandonó el niño pálido: y las higueras
abren el vientre seco a la peregrinación de las hormigas, minuciosas
viajeras del más cerrado de los infinitos.
Entonces, llegaba el otoño, anunciado por las primeras
nubes preñadas de ceniza y horizonte, librando la tierra
de un azul excesivo como las últimas mareas de la tarde. El humo
anunciaba el final de las hornadas de pan y pasteles, y las mujeres
partían hacia las siegas implacables de una rápida juventud,
riéndose aún en la culpable inocencia de la despedida. Las vi
regresar, de piernas y ojos hinchados por el fermento
del viaje, preparando un invierno de labios y almas cerrados
al furor de las lluvias. Y encuentro, al fondo de la casa, sus sombras
que la melancolía apaga, quietas, invocando en un rezo brusco
la risa ahogada en los pantanos de septiembre y octubre, enseñando
un ritual de secretos y fórmulas para salir de los brazos
olvidados de un cuerpo nocturno.

¿Quién recuerda el movimiento furtivo en la oscuridad
de la habitación, el rumor de amores que el tiempo no retuvo, apremiados
por el final de la tarde? Abro ese armario de frutos prohibidos,
exhalando un perfume de épocas que el silencio estropeó. Ninguna
cosecha los restituirá a la mesa común. Los sujeta un regazo
de tinieblas, sembrando un rastro de hojas estériles; y un coleccionador
monótono pega los trazos inútiles, prosiguiendo la antigua enumeración.
 
 

Versión de Ernesto García Cejas
 
 

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