viernes, 27 de octubre de 2023

HILSA RODRIGUEZ

 

 

 

La infancia es un retrato surrealista

 

 

Somos un retrato surrealista

Distópico

desarticulándose

haciéndose polvo

porque la vida ha mendigado amor a su padre asesino

La ausencia la aniquiló

El llanto de millones de reptiles

descendiendo como constelaciones hasta los pies

ahogándose

mientras una niña con rostro de caracol se pregunta:

¿Acaso no me repugnan todos los hipócritas, los padres

ausentes, las madres sumisas, los vidrios, el incendio, la

infidelidad, todo el ruido que se yergue de los humanos?

No importa que estemos solos en esta carretera

y no tengamos a quien abrazar

Solo importa la belleza de los astros perforando tu cuerpo de sangre

como un amuleto

dejándonos retazos apocalípticos en un cajón

Esta prodigiosa forma de existir desde lo pétreo desde el nacimiento

implica pensarte en todos los objetos del mundo

como en el pestillo de la puerta que cerraste

el espejo que rompiste con puño infalible

la correa como una serpiente buscando acariciarme

cuando te confesé que me enamoré por primera vez

un recipiente enclenque lleno de agua turbulenta deseando que mi madre se pudra

una cama donde me escondía de las arañas

porque en mí se funda la ausencia de los parques

una pintura tallada con risas alcohólicas

estruendosas

donde solo estaba mamá

y tu hijo llevándote en brazos

sujetando tu locura

diciéndote: Madre, en tus párpados se escriben mis penas

Una frazada hablándote al oído

augurio inaudito

Por eso ya no pienso en la complejidad de la muerte

cuando veo morir a una mujer en un segundo en el inodoro

remolino de tristezas

agua maldita

¿Acaso no me repugna tu silencio, tu fractura, tu lunar, tu

paro cardíaco, cuando yo era una niña?

Ahora entiendo que las voces emergieron llamándote a su tribu

Te romperás como un hilo que teje el destino de los hombres

Te fuiste, pero aún existen manos gigantescas comiéndome el rostro

millones de hormigas ingresando a mis párpados

devorándome los intestinos

un cosquilleo de caballos frenéticos

y la niebla espesa gritando tu nombre

y a mí

solo me queda la poesía

El último bostezo de amor

 

 

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