… y esta pequeña
lluvia que me acompaña.
Alejandra Pizarnik
A lo mejor yo inventé esta mirada de peldaños
cuando
veía sólo el barro en mis zapatos.
Pero es que había barro también en las rodillas,
supongo que por reunir los pedacitos que quedaron
después de tanto incendio de semillas.
A lo mejor es que no miraba
que el barro lo arrojaban desde un pozo,
enfangando el piso, los bordillos, las aceras.
Ahora sé que aquellos barros se alzaron hasta el viento
y llenaron oficinas, y portales y conventos.
El aire repartía cenagales
que apagaban las caricias y los besos de las madres.
Espacios enormes embarrados
sosteniendo la voluntad de nuestras piernas,
dominando desde su recia enredadera
hasta el azul tristísimo de tardes de domingo.
Pero siempre llueve en algún momento,
aunque demore y ya ni nos moleste
el olor a muerto de esta selva sepultada.
Siempre llueve y amanece,
y la luz y el agua revela en mis zapatos
la bondad de un nuevo lustre
y el arbitrio de sus pasos;
en mis manos las caricias albas
y el sol sobre las selvas sepultadas.
A lo
mejor yo inventé la primavera.
De: “Los motivos del ventrílocuo”
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