Nada
tan ruidoso
como
el quejido de un tenedor
a
las diez de la noche
o la
dosis de nieve
desangrando
tu vaso.
Intuyo
que mueres
en
la oscura florescencia de la cocina,
apegado
al uniforme
irritado
por la avaricia de calor.
Mientras
cenas,
caen
de tu boca
las
horas
cadavéricas
que
a nadie alimentan
salvo
a ti.
De: “Atlas
en rojo”
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