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El
mar sigue su curso,
su dis-
curso.
Sé
flotar en el agua. Estoy hecho de corcho.
Corteza de alcornoque. Quercus suber.
Solo crecen en el Mediterráneo.
Viven más
que el brazo que descarga el primer golpe.
Mis
bisabuelos entran en la estrofa.
De
la extracción manual al producto acabado.
La cadena como perpperpetuum mobile.
Nadie
pensaba entonces en paneles aislantes.
Nadie pensaba entonces en las tablas de surf.
Solo
tapones.
Un millón de tapones cada día:
en
botellas de vino y en botellas de cava,
en el blanco espumoso y en el champán francés,
en corcho natural y aglomerado,
lo
que sobra tras triturar, prensar, pulverizar.
Los
Estados Unidos, Argentina y Australia
son las nuevas franquicias.
El mar se hace pequeño.
Nadie
pensaba entonces en la tuberculosis.
Nadie
pensaba entonces en tapones sintéticos.
Desembarqué
en Escocia.
Fundé el vapor y el barco de vapor.
Medí
la longitud de todos los océanos.
En
pulgadas el mar,
en millas la tormenta,
las potencias del alma en megavatios.
Un
hijo de mi tiempo:
la pieza en el troquel y el defecto de fábrica.
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