La
paz, en Braga
Para Antonio y Mari Ramos
Posiblemente
fuera por el frescor desprotegido de la piedra. O por el hálito de novicia de
la brisa que soplaba en el jardín descuidado. O por el canto de los pájaros que
tejían minuciosos las arañas de la tarde. O tal vez fuera por ver a aquella
anciana diminuta, encogida en su cuerpo derrotado, aquella anciana, portuguesa
de tan pobre, que rezaba sola en la iglesia de los Congregados. O tal vez fuera
por las campanas que resonaban con sus ritmos semejantes dentro de la campana
del aire. O porque mi espíritu estaba en vilo, recogido, envuelto en su
misterio interior, dispuesto a dejar sonar su escondida arpa al más ligero
roce. Debió ser por todo esto por lo que me asaltó la paz en Braga. Debió ser
por todo esto, y por algo más, algo irreductible al conocimiento, por lo que la
paz, insospechadamente, me asaltó en Braga; la paz que apaciguó durante unas
horas mi exaltado espíritu y me hizo estar en conformidad con todo: con dios, el
mundo y los hombres, este mundo que creó un dios y que destruyen los hombres,
los hombres que son y no son de dios.
De:
“Según la luz”.
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