Antes
de la ocultación
Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no
había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida,
confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una
y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el vagido de lo
que nace, la vida parturiente. Me sentí acunada por este lloro que era también
canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo
dueño tampoco?
La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido
por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no sabía que una persona
pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque penetra mientras se
desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la música sólo en algunos
lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se siente desfallecer sin
dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía cuando me asenté en mi
soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me había enamorado allá
en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más
apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.
De: “Diotima de Mantinea en hacia un saber
sobre el alma”
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