Los huesos de Vallejo
Ya
no veré París
porque
el tren en que arribe
estará
cansado, cargado de vacas, de banano chorreando moscas,
de
borregos para el matadero, de jóvenes
que
consultan su destino en libros prestados y
en
estrellas ajenas,
de
travestis
que
se depilan al apuro y con dos monedas
de
espuma,
de
ilusiones,
de
ojos como los míos
estará
cargado,
y
limpiándome la cara con un trapo
me
iré con los brequeros filipinos, con
los
jóvenes esclavos
venidos
de la Arabia
a
beber un litro de vino en alguna cantina,
en
alguna mesa taciturna
donde
apoyaré mis codos y dormiré,
dormiré
hasta
dar con los huesos de Vallejo,
con
la dirección
de
alguien
que
resultó ser un terreno baldío,
o
con los ojos
de
la portera
que
despertándome
me
lanzará fuera, afuera de la pensión
y
me encontraré en una plaza
rodeado
por
desconcertados muchachos, que como yo,
nada
saben
de
los que vinieron
o
no vinieron, de los que se quedaron en el mar o
en
una cantina
dándole
vueltas a París,
como
en este sueño.
De: “Anatomía del Vacío”.
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