Cuarta elegía del lobo
A
Rafael Almanza
Cuando
yo digo agua creo que lo he dicho todo.
Digo
aire, fuego, piedra, polvo, sangre.
Todo
cabe en el agua,
nace
de ella,
en
ella se fecunda, o la fecunda.
La
lengua saborea sus sílabas sedosas:
agua,
digo,
y
me recorre un río la garganta y las vísceras;
pienso,
agua,
y
me hundo, transparente,
en
su alivio tan húmedo;
agua,
suspiro,
y
reaparece el fuego, el derrotado;
la
piedra, la pulida;
el
aire, macho rápido del agua;
el
polvo, novio ardiente que la espera.
¿Y
la sangre?
¿Y
la usura más cálida que nos lleva a morder,
como
si el diente no naufragara en la virtud del agua?
Agua
y sangre se beben.
Bajo
a beber al cuello y la laguna.
En
el cuello descubro el polvo antiguo
del
orgullo y la estirpe,
la
piedra de la gloria,
el
aire que macera la ignorancia,
el
fuego donde arden la pulcritud y el grito.
Me
aguarda en la laguna el fango torvo
donde
mis patas se hunden, fallan, tiemblan
con
la fragilidad del cazador que yerra el blanco
y
se queda a merced de mis colmillos.
Agua
y sangre pernoctan en mi boca.
Cuando
yo digo sangre el mundo me penetra y lo penetro.
Digo
músculo, hembras, huesos del vendaval que me calcina.
Todo
canto es mi sangre y flota en ella
porque
la sangre acata los clarines, los címbalos, la euforia,
y
también la miseria del mendigo,
el
llanto de la puta que soñó con ser reina,
las
llagas del enfermo, sus humores,
la
carne palpitante que habrá de ser carroña sin remedio.
Agua
y sangre confluyen.
Por
mi sangre navegan las historias del hombre y la manada,
del
tigre y del rebaño,
de
los bueyes que pastan su desidia y los premian con hierro,
de
los caballos prestos a cocear en la frente al suplicio,
de
los perros procaces que lamen siempre el sexo de sus dueñas,
de
las castas, los clanes,
la
espuma en que se asfixian la angustia y el recuerdo.
Agua
y sangre se mezclan.
Son
como un gran torrente donde nacen la perfección y el odio,
el
perdón y los crímenes,
las
guerras y las nupcias,
la
paz y la leyenda de las patrias.
Agua
y sangre en mi sueño.
Agua.
Sangre.
Cuando
yo digo agua creo que lo he dicho todo.
Digo
aire, fuego, piedra, polvo, sangre.
Las
palabras que faltan son inútiles:
pues
truecan agua en sangre y sangre en agua.
Yo
sólo sé el secreto de mi idioma
y
en él bebo el enigma de la muerte,
de
la naturaleza y el vacío.
Mi
sed es tan intensa como el fuego,
tan
dúctil como el aire,
como
la piedra, altiva,
como
el polvo, recóndita,
infinita,
inasible, tortuosa como el agua y la sangre.
Cuando
yo digo agua firmo un pacto
y
la sangre de un lobo nunca engaña
porque,
¿qué he de perder si ya no tengo
la
pericia del aire,
la
voluntad del fuego y de la piedra,
la
sapiencia del polvo,
el
candor y las náuseas de la sangre y del agua?
Cuando
yo digo agua digo vida
y
cuando digo sangre
entro
en la eternidad, me instauro, gozo.
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