[Fuimos niños]
Fuimos
niños náufragos
de
algo.
Adolescentes
náufragos.
Pero
ahora las banderas
las
izamos nosotros
y movemos
nosotros
los timones.
Absurdo
es dejar
que el tiempo pasado
nos detenga.
Tenemos
la vida toda abierta.
Se
comprende
que
pueda ser oscura,
pero en las oficinas,
los
conventos
las crujías;
oscura
en los libros
o en los
consejos,
pero
no en la calle.
Porque
en la calle se sufre
de hambre,
de frío,
de policías,
pero
a la luz,
abiertamente,
mano
a mano con todos.
La
fe
llueve
en la calle
y
anda el amor
juntando
muchachos y muchachas.
Mueran
los que no creen
que la
vida
se construye
a cada
instante
y
es hermosa.
Mueran.
O sean condenados
a
un millón
de
latigazos
de
esperanza.
Y
los que en vida
se casan con la
muerte,
y
los cobardes
que esperaron la nueva
generación
para
acostarse con vírgenes,
y
los que escriben
de
cómo encontrar
para el amor
a la persona justa.
Mueran
los que esperan sentados
que el
tiempo
lo resuelva todo.
Nosotros
—hablo por mí
y por
todos
los que
quieran—
menores
aún
—comparativamente—
hemos
de exceder en estatura
a las estatuas.
Han
de venir,
cuando muramos,
quienes
crecerán lo doble de nosotros,
hasta
que el hombre
alcance
su total
tamaño de hombre.
Nos
importa nuestra vida.
Somos
el poema-arma contra todos los estorbos:
los abuelos,
los
cánones,
el
régimen,
el
way of life
que nos imponen;
contra
el odio destilado
que
vuelcan
en
nosotros
los mayores.
Creemos
en los hombres
que
se abren la camisa,
sin vergüenza,
para
que se sepa
bien
con quién se
trata.
Somos
los dueños
desde la segunda mitad
de
este siglo
hasta la muerte.
Somos
los inventores del amor sonoro.
Los
amantes del amor sonoro.
Arriba,
amor,
irrumpe
en la calle
y haz lo que te
toca
De: “Tambor interno”
De: “Tambor interno”
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