Poema
Han
caído ya tantos en este abismo
¡abierto
en lontananza!
y
yo me borraré un día sin rimas
de
la tierra, es verdad.
Se
congelará lo que fue —lo que canta
que
lucha, brilla y quiere:
y
el verde de mis ojos y delicada voz
y
dorados cabellos.
La
vida estará allí, su pan, su sal,
olvidadas
jornadas.
Y
todo pasará como si bajo el cielo
¡yo
no hubiera existido!
Yo
que cambiaba, como un niño, su rostro
—malvado
por momentos—
amaba
la hora en que el leño se enciende
que
cenizas se vuelve,
y
el violonchelo y las cabalgatas
y
campanas tañendo...
—yo
viviente, verdadera
sobre
la tierna tierra.
A
todos —¿qué importa? yo no escatimo nada,
vosotros:
¡¿sois míos y extranjeros?!—
os
pido confianza plena
os
ruego que me améis.
Día
y noche, la voz o la escritura:
por
mis “sí” y mis “no”, azotadura
del
hecho tan común —estoy muy triste,
de
no tener sino veinte años,
Del
hecho del perdón inevitable
de
ofensas ya pasadas,
por
toda mi ternura incontenible
y
mi orgulloso rostro,
y
la veloz locura de los tiempos,
mi
juego, mi verdad...
—¡Escuchadme!
—tenéis que amarme más
ya
que yo moriré.
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