viernes, 10 de abril de 2020

FRANCISCO ESPADA





Canción a una niña muerta

   

Le robaron la muñeca que adormecía
en su infantil regazo,
y la ofrecieron a ella como flor inmadura
a un cuarentón de caudales babosos
que desgarró sus entrañas pueriles
segándola por el tallo.

Sus padres decidieron por ella
el instante en el que dejar de ser niña
y tronchar su espiga;
así, a un tiempo,
le evitaban ese espacio baldío
y onírico de la pubertad,
tan desorientada y sin otra lógica
que las chifladuras de la juventud;
era aún fragilidad, en formación,
y padeció el vértigo de ese salto al vacío
donde, privada de las ensoñaciones
con príncipes o emires, con coronas o turbantes,
imaginarse tejiendo camisones con hilos de oro.

Todavía era flor de harina,
no había posibilidad de levadura en su seno
y la sometieron,
la mancillaron siendo promesa de ázimo
al riguroso calor extremo del horno
de la fructificación,
donde sólo habita la codicia,
la sed irracional del néctar primerizo.

Era un durazno incipiente, verde y rechinante,
y no resistió el filo embotado de la navaja,
pues toda ella era candidez naciente
que soñaba con muñecas
y aún aplazaba para años venideros
las fantasía de mocita casadera.

Era apenas futuro no conjugado
y quedó para siempre en la lujuria
de unas sábanas ultrajadas con su propia sangre.


12 septiembre 2013

Noticia que motivó el poema: Una niña yemení de ocho años, fallece en la noche de su boda debido a múltiples lesiones sexuales...



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