Mágicamente
iluminado como en un paraíso
Me
salí de mi vestido
y fui a dar con mi cuerpo,
y pude comprobar entonces
el valor de mis pies, mis manos, mis piernas,
mi estómago, mi sexo, mis ojos y mi cara.
Supe
del deleite que cada uno de ellos me ha dado
y me he dicho de improviso:
¡qué contorno mágico el de mi costado,
qué antiguos y nuevos ecos en el hilo de mis venas,
que voz en la garganta,
qué sílaba impronunciable en el labio
y que sed detenida en la garganta!
Apresuradamente
he salido por la puerta
disparada a caminar,
a tocar el suelo con mis pies,
a lanzar flechas encendidas por los ojos,
a devorar paisajes,
a enredar mis manos en jeroglíficos de relámpagos,
a dejar detenida aquí en mi sexo
—árbol fructificado—
el aroma de la vida.
He
absorbido, he olfateado, he gritado
vivir, vivir, vivir.
Como si despertara una y otra vez
y fuera abeja laboriosa
que libara su miel astral.
Alba que cuajara aquí en el pecho,
armero que trabajara día y noche
su cumplida labor.
Abro
precipitadamente
las puertas de mi aposento
y tiro lejos la sábana.
Me asomo al espejo como una morada
que no habrá de retenerme.
Como un propósito alucinado,
brilla mi anillo de piedra color malva,
mi lámpara, mi reloj,
detenidos en los umbrales del tiempo.
Mis
zapatos desvelados a la orilla del lecho
y mi rostro deambulando por el sueño
como una decoración para un poema
escrito en las líneas de la mano,
o en el destello metálico de mis sentidos
tulipanes siempre ardiendo.
Mi
perfil de arcángel
danza con el rayo,
detiene sus reflejos en la frente
y derrumba con su fuego el corazón
como en un paraíso mágicamente iluminado.
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