domingo, 22 de agosto de 2021

OLALLA CASTRO

 

  

 

La tierra de fuego

 

 

Llegaron blancos como pico nevado.
Con sus manos brillantes
encerraron a las ovejas en corrales
y nos mataron a nosotros,
también de diez en diez.
Sonaban a estampida de guanaco
sus rifles y su lengua por igual.
Ofrecían una libra esterlina
por cada oreja nuestra, mano, pie.
Nos invitaron a vino
‒para sellar la paz, dijeron‒
y cuando estuvimos embriagados
comenzaron sin más a disparar.
A quienes no les alcanzaron las balas
les alcanzó la enfermedad
que arrastraban consigo
‒silbido de serpiente al respirar‒.
Ya solo quedo yo.
Me llamo Ángela Lioj
y el mundo acaba en mí.

 

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