Injerto
Has
hecho de mí el cerezo aquel
que daba guinda amarga.
Vuelta en fruta dulce,
la yema de mis dedos se hace tuya,
recolectora insaciable, babosa
que todo lo devoras y lo aprietas
con la certeza naciente
de quien no ha pisado el mundo,
y yo te entrego la vida
con la desaprendida sorpresa
que en tus ojos refulge.
Nuestras manos son flores,
como el frutal del abuelo
que visitan los pájaros;
mis muñones, un injerto
de tu puñito cerrado.
La ciencia de los árboles
sin más.
De: “La
cicatriz de la selva”
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