sábado, 5 de abril de 2025

NICOLÁS PEÑA POSADA

 

  

Poema del libro El marrano


  

I

 

Chillaba el marrano en el pasto, daba vueltas mientras la sangre regaba pequeñas piedritas negras, las bañaba con su color de tarde

                                     su pellejo de sandía rota.

 

Los primos saltaban de alegría, decían: marrano hijueputa y daban vueltas.

Yo me reía con ellos, y los caballos, al fondo, pateaban las puertas de la pesebrera.

Los caballos relinchaban, pegaban y corcoveaban encerrados, con las rodillas raspadas, queriendo salir.

 

Nos reíamos juntos, pero también en la risa había algo de llanto por el marrano, algo de tristeza por su cuerpo sangrante, por ver su vida yéndose a través del hueco de la aorta donde los chillidos manaban como jazmines.

 

Era diciembre y en diciembre es cuando más marranos mueren en el mundo, o al menos en esta parte del mundo donde se hacen asados para celebrar que llega otro año, que otro año se va, y las familias cantan juntas, cantan mientras comen chicharrón y costillas, cantan juntas: faltan cinco pa las doce el año va a terminar o algo de Guillermo Buitrago para embriagarse un poco por lo que no se hizo, por lo que se hizo, por el amor, y mastican

                                                                                                  y muerden

                                                                                                  y despellejan

felices, ebrios y algo desconcertados también.

 

Era diciembre y el marrano chillaba como doscientos niños golpeados, chillaba y se escuchaba ya la pólvora en las casas vecinas y el campo todo, las montañas, la superficie de los ríos olía a pólvora y a marrano muerto y un poco a aceite Oliosoya recalentado. 

  


II

 

Con un destornillador, Pedro, el amigo de la tía Yolanda, le abrió el cuello al marrano.

 

Dijo: toca ser precisos para que no se dañe la carne.

Dijo: este marrano está bueno, y le jaló las orejas y lo besó.

 

Yo pensé: ¿cómo alguien besa a un marrano que luego va a desollar?

Yo pensé: ese es el beso de la muerte.

 

El marrano tenía un hueco en el cuello, casi un ojo por donde nos miraba y por donde nosotros lo mirábamos a él: un agujero de gusano

                                             un pozo para llegar al centro de su corazón

                                            un túnel largo que terminaba en su ano frágil y salía al mundo.

 

Los primos empezaron a lanzarle piedritas mientras el marrano corría desesperado entre el pasto, con la sangre cayendo

                                         cayendo

                                                cayendo

 

Decían: Yuyu, Yuyu, no te vas a salvar.

 

Le habían puesto Yuyu al marrano porque sí, porque querían bautizarlo antes de verlo morir, porque querían sentir o pensar que el marrano les pertenecía, nos pertenecía a todos en la familia. Y yo con ellos grité: Yuyu, Yuyu, corre, corre mientras le lanzábamos piedritas, mientras el marrano daba vueltas en círculo, mientras los tíos tomaban aguardiente y alistaban los chamizos para prender la hoguera.

 

 

 

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