Poema del libro El marrano
I
Chillaba el marrano en el pasto, daba vueltas mientras la sangre regaba pequeñas piedritas negras, las bañaba con su color de tarde
su pellejo
de sandía rota.
Los
primos saltaban de alegría, decían: marrano
hijueputa y daban vueltas.
Yo
me reía con ellos, y los caballos, al fondo, pateaban las puertas de la
pesebrera.
Los
caballos relinchaban, pegaban y corcoveaban encerrados, con las rodillas
raspadas, queriendo salir.
Nos
reíamos juntos, pero también en la risa había algo de llanto por el marrano,
algo de tristeza por su cuerpo sangrante, por ver su vida yéndose a través del
hueco de la aorta donde los chillidos manaban como jazmines.
Era
diciembre y en diciembre es cuando más marranos mueren en el mundo, o al menos
en esta parte del mundo donde se hacen asados para celebrar que llega otro año,
que otro año se va, y las familias cantan juntas, cantan mientras comen
chicharrón y costillas, cantan juntas: faltan
cinco pa las doce el año va a terminar o algo de Guillermo Buitrago para
embriagarse un poco por lo que no se hizo, por lo que se hizo, por el amor, y
mastican
y muerden
y despellejan
felices,
ebrios y algo desconcertados también.
Era
diciembre y el marrano chillaba como doscientos niños golpeados, chillaba y se
escuchaba ya la pólvora en las casas vecinas y el campo todo, las montañas, la
superficie de los ríos olía a pólvora y a marrano muerto y un poco a aceite Oliosoya recalentado.
II
Con
un destornillador, Pedro, el amigo de la tía Yolanda, le abrió el cuello al
marrano.
Dijo:
toca ser precisos para que no se dañe la
carne.
Dijo:
este marrano está bueno, y le jaló
las orejas y lo besó.
Yo
pensé: ¿cómo alguien besa a un marrano que luego va a desollar?
Yo
pensé: ese es el beso de la muerte.
El
marrano tenía un hueco en el cuello, casi un ojo por donde nos miraba y por
donde nosotros lo mirábamos a él: un agujero de gusano
un
pozo para llegar al centro de su corazón
un
túnel largo que terminaba en su ano frágil y salía al mundo.
Los
primos empezaron a lanzarle piedritas mientras el marrano corría desesperado
entre el pasto, con la sangre cayendo
cayendo
cayendo
Decían:
Yuyu, Yuyu, no te vas a salvar.
Le
habían puesto Yuyu al marrano porque sí, porque querían bautizarlo antes de
verlo morir, porque querían sentir o pensar que el marrano les pertenecía, nos
pertenecía a todos en la familia. Y yo con ellos grité: Yuyu, Yuyu, corre, corre mientras le lanzábamos piedritas, mientras
el marrano daba vueltas en círculo, mientras los tíos tomaban aguardiente y
alistaban los chamizos para prender la hoguera.
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