Espinos contra la esperanza
La
esperanza es un camino de ida
y
de no retorno, una mirada al frente
dejando
atrás los calcinados
campos
de la desolación,
un
avanzar lento con los ojos puesto
en
el objetivo de una vida superable,
vivible,
habitable, donde el sol salga cada día
y
amase con esfuerzo y sudor del trabajo
un
trozo amargo de pan con el que saciarse,
con
el que acallar en las tripas la música
de
un larguísimo desentreno agónico.
El
Sur se abrasa de sol y miseria
y
prefiere abrazarse a los espinos
y
a los aceros asesinos,
que
vivir una noche interminable
donde
sólo se sueña la escapatoria
de
que la luna es un queso fresco;
porque,
tras la noche, tras cada noche,
espera
una noche más larga,
más
interminablemente infinita.
No
hay espinos, no hay vallas, no hay cuchillas
capaces
de contener la desesperación
de
ese desierto que va fagocitando
a
los más débiles y debilitando a los fuertes:
cuando
se acaba el pasto, las cabras ramonean
las
acacias, los elevados espinos
y
las conciencias de los que vivimos
alrededor
de la opulenta mesa del Norte,
a
pesar de nuestras quejas y lamentos.
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