miércoles, 28 de julio de 2021

JOSÉ KOZER

 

 


 

Acta I




La vagina de Sara cumplió sesenta años, penetraciones, un

giro, apenas el sentimiento

de sentir el rasponazo, así

suena (sonaba) cuando

descorchan, once varones,

cinco hembras, nueve

nacieron de pie, el resto no

alcanzó la veintena: todo

el mundo muere en edad

provecta, dicen (decían)

los chinos.

Hoy cumple años la muerte, óyela comer candela, óyela cómo

duerme: en el machote

aparecen los datos (ya,

borrosos) nombre y

apellidos hasta la

segunda generación

(unas treinta y tantas

sílabas con el montonazo

de signos diacríticos al

modo checoslovaco):

edad, dirección (anterior

a la actual) señales

visibles (ya no) causa y

por qué no consecuencia

de defunción. Estado civil.

Cuño. Sellos. En efectivo.

El vuelto aún su retintín al

golpear la mesa apolillada

del señor funcionario en

mangas de camisa, su corbatín

ofendía nuestros sentimientos,

sin embargo se le pagó sin

embargo no dejó de cobrar.

A mí su nieta o nieto todavía me huele la casa a pastel de guayaba

recién horneado manos de

hojaldre, Sara. Raja Sara

caja Sara baja Sara. Las

cosas que Piaget descubría

nos las había contado Sara.

A la mesa, entre muertos y

vivos, éramos (unos) treinta.

Sara a la cabecera, ochenta

años, un poco ida, un poco

tiesa, hierática sonrisa. Algo

desconchinflada. Búcaros de

minutisas. Faroles chinos,

cajas de comida japonesa:

———-bento. Y Sara me repetía

al oído, bento. Viento. A

bientôt. Y nos reíamos. Su

nieta o nieto preferido

(tortillerito mío susurrábame

al oído, parejera): aplaudieron

los muertos, los once vivos se

le tiraron al salmón ahumado.

Comed, comed, que vienen

tiempos malos.

Y vi que Sara se persignó, se llevó la mano derecha a la cabeza

(tocada por la peluca) (sotto

voce, Sara se rapaba) juntó

(namasté) las manos: por

si las moscas hay que creer,

repartir a los moribundos

entre los dioses, empezó a

llover. Primero una llovizna

de nada entreverada de ceniza,

arreció, menos agua, más polvo

y óxido, agua frígida, ceniza

idéntica en color y textura al

verdín original (Génesis). Y

nos llevamos a Sara en andas.

A Sara y el salmón, las cajas

a medio consumir de jengibre

en salmuera, pescados (tres

clases) crudo, fideos fríos

(soba) los vasos vaciados de

vino. Entramos. Entre cuatro

candiles la depositamos sobre

el jergón de heno tundido

(mullido) de una cosecha

primigenia. Y fueron llegando.

Primero los animales. Se

acomodaron, de hinojos. Luego

el Pregonero, ¿hay alguien en

casa que entienda arameo? Y

nada de Reyes prosternarse a

los pies de Sara. Le cerraron

los ojos, la ayudamos a vestir

disfraz carnal, ley última salir

bailando con su insoluble

careta de la resurrección

———————-tapándonos el rostro.

 

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