La
luna con gatillo
Es
preciso que nos entendamos.
Yo
hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro
es que todos coman
y
vivan dignamente
y es
posible saber algún día
muchas
cosas que hoy ignoramos.
Entonces,
es necesario que esto cambie.
El
carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente
perfecta
donde
se inclina la niña dorada
y el
celeste padre rezonga.
Un
ebanista, un albañil,
un
herrero, un zapatero,
también
saben lo suyo.
El
minero baja a la mina,
al
fondo de la estrella muerta.
El
campesino siembra y siega
la
estrella ya resucitada.
Todo
sería maravilloso
si
cada cual viviera dignamente.
Un
poema no es una mesa,
ni
un pan,
ni
un muro,
ni
una silla,
ni
una bota.
Con
una mesa,
con
un pan,
con
un muro,
con
una silla,
con
una bota,
no
se puede cambiar el mundo.
Con
una carabina,
con
un libro,
eso
es posible.
¿Comprendéis
por qué
el
poeta y el soldado
pueden
ser una misma cosa?
He
marchado detrás de los obreros lúcidos
y no
me arrepiento.
Ellos
saben lo que quieren
y yo
quiero lo que ellos quieren:
la
libertad, bien entendida.
El
poeta es siempre poeta
pero
es bueno que al fin comprenda
de
una manera alegre y terrible
cuánto
mejor sería para todos
que
esto cambiara.
Yo
los seguí
y
ellos me siguieron.
¡Ahí
está la cosa!
Cuando
haya que lanzar la pólvora
el
hombre lanzará la pólvora.
Cuando
haya que lanzar el libro
el
hombre lanzará el libro.
De
la unión de la pólvora y el libro
puede
brotar la rosa más pura.
Digo
al pequeño cura
y al
ateo de rebotica
y al
ensayista,
al
neutral,
al
solemne
y al
frívolo,
al
notario y a la corista,
al
buen enterrador,
al
silencioso vecino del tercero,
a mi
amiga que toca el acordeón:
—Mirad
la mosca aplastada
bajo
la campana de vidrio.
No
quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco
tengo nada que ver con el mono.
No
quiero ser abeja.
No
quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco
tengo nada que ver con el mono.
Yo
soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no
quiero ser, jamás,
una
mosca aplastada bajo la campana de vidrio.
Ni
colmena, ni hormiguero,
no
comparéis a los hombres
nada
más que con los hombres.
Dadle
al hombre todo lo que necesite.
Las
pesas para pesar,
las
medidas para medir,
el
pan ganado altivamente,
la
flor del aire,
el
dolor auténtico,
la
alegría sin una mancha.
Tengo
derecho al vino,
al
aceite, al Museo,
a la
Enciclopedia Británica,
a un
lugar en el ómnibus,
a un
parque abandonado,
a un
muelle,
a
una azucena,
a
salir,
a
quedarme,
a
bailar sobre la piel
del
Último Hombre Antiguo,
con mi
esqueleto nuevo,
cubierto
con piel nueva
de
hombre flamante.
No
puedo cruzarme de brazos
e
interrogar ahora al vacío.
Me
rodean la indignidad
y el
desprecio;
me
amenazan la cárcel y el hambre.
¡No
me dejaré sobornar!
No.
No se puede ser libre enteramente
ni
estrictamente digno ahora
cuando
el chacal está a la puerta
esperando
que
nuestra carne caiga, podrida.
Subiré
al cielo,
le
pondré gatillo a la luna
y
desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para
que esto cambie de una vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario