martes, 26 de octubre de 2021

JAVIER TEMPRADO

 

 

 

Noche cerrada

  

 

Cuando tenía diez años, mi abuelo
se quedaba conmigo algunos días.
Salíamos al patio a mirar las lagartijas
descender por los muros y acercarse
a la luz y comer. Poco después
quedábamos varados en mitad
del silencio y la noche
y hundíamos la vista, como anclas de un navío,
en los mares de cal que se extendían
ante nosotros. Y seguíamos
sin distracciones, mientras la humedad
y los minutos iban congregando los sueños,
centinelas de nuestra soledad.

Dormidos como estábamos,
la noche nos llevaba a territorios
confusos, parcos en imágenes
pero tan placenteros al recuerdo.
Y apenas al abrir los ojos, todavía
pesados, nos sabíamos felices,
porque si la memoria es faro que permanece,
y un barco que navega al mismo tiempo,
también ser joven es saber
que existe alguien que espera
en otro lado.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario