viernes, 18 de febrero de 2022

NATALIE DIAZ

 

  

Hacia las puertas amaranto del amor y de la guerra

 

 

Esta noche la ciudad es destello.
Lo que queda de un temporal de Agosto
es calor y humedad. Tras la ventana abierta,
la farola es una colmena en miel que podría cortar
con mi mano, mi palma un pozo de luz.

En la televisión, bombas como campanillas de plata
tañen sobre borroso horizonte—
Lo único que sé sobre la guerra es gana.
¿Qué es un muro sino un objeto que hay que empujar?
¿Qué es una alcoba sino un epicentro
de saqueo? ¿Y qué puedo hacer con cien hogares
sino abandonarlos como cartuchos gastados del deseo?

El zumbido de las ardientes, azules moléculas de ozono—
un hipotálamo de clarines de caballería—
me llama para algo—tú,
tan dispuesta a ser triturada. Podría morirme.
Me inclino, te beso sentada en el sofá,
imagino que estamos tendidas
sobre aquel desierto enjoyado de escombros—
la única aflicción es tu boca,
solo me duele no llegar a tu fondo—
las explosiones son contra nosotras.

La guerra no es más
que un recordatorio de Misa.
El tañer de las campanas, tus suspiros.
Las bombas, un carnaval de cuerpos, de tacto,
de todas las cosas que queremos probar—
un trozo de manzana empapado en vinagre,
una naranja roja henchida como un pecho—
esos mendigos de dientes.

Te quiero así—lo justo para crujirte
rumbo a un silencio hecho de pedazos de plata.

Allá afuera, los autos corren las resbalosas calles.
Mi boca está en tu cadera—
por arrancar solo este pedazo tuyo daría la vida,
por vaciar tu brillante vestido sobre el piso,
mientras las largas y sombrías piernas de las bombas,
me llevan a las puertas amaranto de la ciudad.

 

 

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