Péndulo
Ana
es adicta al tiempo del columpio,
que
marca un ritmo
pero
nunca avanza
(¿quién
soy para explicarle que se engaña,
que
el sol se pone y las cadenas
se
desgastan?).
Y
exige siempre que yo esté a su espalda:
para
que nada se interponga,
pienso,
entre
el ansia y el vuelo.
No
quiere la sonrisa de su padre
estropeándole
el cielo.
Allá
va una vez más,
es
pura risa,
remonta
el aire y luego lo conquista.
Y
cada vez que vuelve yo agradezco
que
me lleve en su péndulo,
que
yo también desde los ojos crea
que
en ese ir y venir
no
pasa el tiempo.
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