Mediterráneo
Y
yo repito tu nombre: ¡Dyallo!
Tu
mano y mi mano se demoran; y nuestros pensamientos
se
buscan en la media noche de nuestras lenguas
hermanas.
Fue
en el Mediterráneo, ombligo de razas claras, azul
como
jamás océano han visto mis ojos
Que
sonreían con millones de labios luminosos
Mientras
que diez navíos de caña inflexible, como bocas
delgadas,
bombardeaban Almería y estallando
Salpicaban
con sangre de cerebros los muros negros, como
granadas,
de las cabezas ardientes de los niños.
Hablamos
de África.
Un
viento tibio nos trajo su perfume más ardiente de
mujer
negra
O
de viento que sopla de un campo de mijo cuando chocan
las
cargadas espigas y vuela por encima un polvo
dorado
y pardo.
Hablamos
de Fouta.
Noble
era tu rostro y de sombra tus ojos y dulces tus
palabras
de hombre.
Noble
debía ser tu raza y bien nacida la mujer de Timbo
que
te mecía en la tarde al ritmo nocturno de la tierra.
Y
hablamos del país negro
En
las jarcias de la noche, tan cerca uno del otro que
nuestros
hombros se esposaba, fraternales el uno al
otro.
El
África vivía allí, más allá del ojo profundo del día,
bajo
su rostro negro estrellado
En
las cajas agitadas, saturadas del rumor inquieto del
ciclón,
que amenaza
Y
se escapaban palpitaciones de tam-tam, con aleteos de
carcajadas
y gritos de cobre en doscientas lenguas,
De
bocanadas de vida densa que el viento dispersaba en el
aire
latino
Hasta
el puente de las primeras donde la joven mujer,
liberada
de las subprefecturas y de sus calles estrechas,
Liberada
de las últimas medidas del tango y de los brazos
de
su danzante
Soñaba,
al borde del misterio, bosque de olores viriles y
espacios
que ignoraban las flores…
Una
gran estrella se elevó, la última, alumbrando tu lisa
frente
cuando nos separamos.
Y
yo repito tu nombre: ¡Dyallo!
Y
tú repites mi nombre. ¡Senghor!
Dakar, 1938
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