lunes, 9 de enero de 2017

CÉSAR ANTONIO MOLINA




De la serenidad de las cosas



Cuando nace el sol y es claro, templado, sin nube alguna.
Cuando la luna naciente muestra su luz alrededor
y sus círculos son blancos, amarillos y dorados.
Cuando las estrellas están quietas y muy resplandecientes
y se ven correr, de una parte a otra, exhalaciones.
Cuando el Arco Iris surge de entre la lluvia
y al salir el solo al ponerse relámpagos sin truenos.
Cuando al alba hace frío y el rocío se posa
y el humo asciende por encima de las aguas detenidas y los prados.
Cuando después de alguna borrasca se aparece en la vela
un tenue resplandor y un soplo.
Cuando los halcones están sosegados en las riberas.
Cuando las grullas vuelan en lo alto
y callan sin graznar.
Cuando los milanos juegan los unos con los otros.
Cuando los palomos planean muchas veces
de una a otra parte y cantan.
Cuando los cuervos abren la boca mirando al sol.
Cuando los peces de los ríos y del mar saltan.
Y cuando la televisión se ha terminado
y todas las luces de los patios se apagan y cae la noche
sobre el jardín que se cavó a la sombra
y vuelven las más espesas tinieblas
y mi pensamiento aún no está conmigo,
sino que se demora combatiendo en ultramar
con aquella felina dependienta en la batalla de las esmeraldas.


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