Treno no querido
Trátalos,
Señor, como a esos higos que nadie come,
que
a los puercos se dan y los puercos rechazan,
porque
prometen en cuaresma de dolor secretas mieles
y
por sus grietas de arrugas de mendigos caídos
asoman
lija, astilla negra, erizada lima,
noche
que devora las más lucientes lunas
por
acrecentar la tiniebla y su fuente de angustia.
Quizá
sólo el hongo de fuego transfigurarlos pueda
y
no la lengua de luz de Tu maná que siempre cae
ni
la sombra radiante de un sueño que no tienen.
Da,
Señor, a nuestra hacha sutil el quebrantar su espesor de ramazón
y
lluevan goterones de savia sobre esta pasiva tierra,
porque
no sea duna andante ni material absorto;
haz
que cada fuerza desperece la fatiga de la desesperanza,
que
desencantado sea el espanto, que por fuera sonríe
aunque,
por los otros recibamos un viento horadante en el costado
y
catemos precio en lanzas codiciosas de ceniza.
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