viernes, 10 de junio de 2016

DIONICIO MORALES



  
El árbol
  
                                              A Verónica Volkow



Frente a la puerta de la casa donde vivo
hay un árbol muy viejo, alto, grande,
desmochado de aquí, de allá, a mansalva,
por algún hijueputa —así decimos en mi pueblo—
que en tiempos lejanos quiso derribarlo.

El árbol todavía tiene ganas de vivir.
Se aferra al único sostén: su altura.
La tierra negra desgastada por el tráfago,
el ocioso cemento que cubre sus raíces,
a veces se compadecen de él.
Unas ramas medio verdes, amarillentas,
se alzan insolentes en el día, la noche,
con lluvia o sol, entre una y otra
calamidad que un Dios ciego descarga
 irreverente sobre su sabio tronco.

Cuando viaja el verano, silencioso
llega el otoño, como ahora.
Su tallo lívido no resiente los cambios.
En sus gajos ocres secos crece la soledad
con un sigilo creador de eternidades.
En el invierno, la clorofila se contrae
por falta de luz. El horizonte
cubre toda orfandad desmemoriada.
Así el hombre. Como este viejo árbol sembrado
frente a la puerta de la casa donde vivo,
cumple su ciclo, reverdece con los años,
en otra tierra,
                   con nuevas gentes,
                                               en cualquier lado.


De: Las estaciones rotas



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