Dios
te salve
Cuando
se haga en ti la sombra;
cuando
apagues tus estrellas;
cuando
abismes en el fango más hediondo, más infecto,
más
maligno, más innoble, más macabro,—más de muerte,
más
de bestia, más de carcel,—
no
has caído todavía,
no
has rodado a lo más hondo…
si
en la cueva de tu pecho, más ignara, más remota,
más
secreta, más arcana, más oscura, más vacía,
más
ruin, más secundaria,
canta
salmos las tristeza,
muerde
angustias el despecho,
vibra
un punto, gime un ángel, pía un nido de sonrojos,
se
hace un nudo de ansiedad.
Los
que nacen tenebrosos;
los
que son y serán larvas;
los
estorbos, los peligros, los contagios, los Satanes,
los
malditos, los que nunca,—nunca en seco, nunca siempre,
nunca
mismo, nunca nunca,—
se
podrán regenerar,
no
se auscultan en sus noches,
no
se lloran a si propios…
se
producen imperantes, satisfechos,—como normas,
como
moldes, como pernos, como pesas controlarias,
como
básicos puntales,
y no
sienten el deseo
de
lo sano y de lo puro
ni
siquiera un vil momento, ni siquiera un vil instante,
de
su arcano cerebral.
Al
que tasca sus tinieblas,
al
que ambula taciturno;
al
que aguanta en sus dos lomos,—como el peso indeclinable,
como
el peso punitorio de cien urbes, de cien siglos;
de
cien razas delincuentes,—
su
tenaz obcecación;
al
que sufre noche y día,—
y en
la noche hasta durmiendo,—
como
el roce de un cilicio, como un hueso en la garganta,
como
un clavo en el cerebro, como un ruido en los oídos,
como
un callo apostemado
la
noción de sus miserias,
la
gran cruz de su pasión:
yo
le agacho mi cabeza; yo le doblo mis rodillas;
yo
le beso las dos plantas; yo le digo: Dios te salve…
¡Cristo
negro, santo hediondo, Job por dentro,
vaso
infame de dolor!
Nota:
Almafuerte seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios
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