jueves, 28 de octubre de 2021

RAFAEL OBLIGADO

 

 

 

El negro Falucho

(soldado Antonio Ruíz fusilado en febrero de 1824)

 

 

Duerme el Callao. Ronco son

hace del mar la resaca,

y en la sombra se destaca

del real Felipe el Torreón.

En él está de facción,

porque alejarle quisieron,

un negro de los que fueron

con San Martín, de los grandes,

que en la pampa y en los Andes

batallaron y vencieron.

 

Por la pequeña azotea

Falucho, erguido y gentil,

echado al hombro el fusil,

lentamente se pasea;

piensa en la patria, en la aldea

donde dejó el hijo amado,

donde, en su hogar desolado,

triste le aguarda la esposa,

y en Buenos Aires, la hermosa,

que es su pasión de soldado.

 

Llega del fuerte a su oído,

rumor de voces no usadas,

de bayonetas y espadas

agudo y áspero ruido;

Un “¡Viva España!” seguido

de un otro ¡Viva Fernando!

y está Falucho dudando

si dan los gritos que escucha

sus compañeros de lucha,

o si está loco o soñando.

 

Desde los Andes, el día,

que ciñe en rosas la frente,

abierta el ala luciente

hacia los mares caía,

cuando Falucho, que ansía

dar un viva a su manera,

como protesta altanera

contra menguadas traiciones,

izó nervioso, a tirones,

la azul y blanca bandera.

 

—"¡Por mi cuenta te despliego—

dijo airado—, y de esta suerte,

si a tus pies está la muerte,

a tu sombra muera luego!—.

Nació el sol: besos de fuego

dióla en rayas de carmín,

Rodó el mar desde el confín

un instante estremecido,

y en la torre quedó erguido

el negro de San Martín.

 

No bien así desplegados

nuestros colores lucían,

por la escalera subían

de tropel los sublevados.

Ven a Falucho, y airados

hacia él se precipitan:

—¡Baja ese trapo! —le gritan

¡y nuestra enseña enarbola!...—

¡Y es la bandera española

la que los criollos agitan!

 

Dobló Falucho, entretanto

la oscura faz sin sonrojos,

y ante aquel crimen, sus ojos

se humedecieron de llanto.

Vencido al punto el quebranto,

con fiero arranque exclamó:

—¿Enarbolar ésa yo,

cuando está aquélla en su puesto!...—

Y un juramento era el gesto

con que el negro dijo: —¡No!—.

 

Con un acento glacial

en que la muerte predicen:

—¡Presenta el arma! –le dicen–

al estandarte real—.

Rotos por la orden fatal

de la obediencia los lazos,

alzó el fusil en sus brazos

con un rugido de fiera,

y contra el asta—bandera

lo hizo de un golpe pedazos.

 

Ante la audacia insolente

de esa acción inesperada,

la infame turba excitada,

gritó: —¡Muera el insurgente!—.

Y asestados al valiente

cuatro fusiles brillaron:

—¡Ríndete al Rey! —le intimaron,

mas como el negro exclamó:

—¡Viva la Patria y no yo!—,

los cuatro tiros sonaron.

 

Uno, el más vil, corre y baja

el estandarte sagrado,

que cayó sobre el soldado

como gloriosa mortaja.

Alegres dianas la caja

de los traidores batía,

El Pacífico gemía

melancólico y desierto,

y en la bandera del muerto

nuestro sol resplandecía.

 

 

 

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