El
negro Falucho
(soldado
Antonio Ruíz fusilado en febrero de 1824)
Duerme
el Callao. Ronco son
hace
del mar la resaca,
y en
la sombra se destaca
del
real Felipe el Torreón.
En
él está de facción,
porque
alejarle quisieron,
un
negro de los que fueron
con
San Martín, de los grandes,
que
en la pampa y en los Andes
batallaron
y vencieron.
Por
la pequeña azotea
Falucho,
erguido y gentil,
echado
al hombro el fusil,
lentamente
se pasea;
piensa
en la patria, en la aldea
donde
dejó el hijo amado,
donde,
en su hogar desolado,
triste
le aguarda la esposa,
y en
Buenos Aires, la hermosa,
que
es su pasión de soldado.
Llega
del fuerte a su oído,
rumor
de voces no usadas,
de
bayonetas y espadas
agudo
y áspero ruido;
Un
“¡Viva España!” seguido
de
un otro ¡Viva Fernando!
y
está Falucho dudando
si
dan los gritos que escucha
sus
compañeros de lucha,
o si
está loco o soñando.
Desde
los Andes, el día,
que
ciñe en rosas la frente,
abierta
el ala luciente
hacia
los mares caía,
cuando
Falucho, que ansía
dar
un viva a su manera,
como
protesta altanera
contra
menguadas traiciones,
izó
nervioso, a tirones,
la
azul y blanca bandera.
—"¡Por
mi cuenta te despliego—
dijo
airado—, y de esta suerte,
si a
tus pies está la muerte,
a tu
sombra muera luego!—.
Nació
el sol: besos de fuego
dióla
en rayas de carmín,
Rodó
el mar desde el confín
un
instante estremecido,
y en
la torre quedó erguido
el
negro de San Martín.
No
bien así desplegados
nuestros
colores lucían,
por
la escalera subían
de
tropel los sublevados.
Ven
a Falucho, y airados
hacia
él se precipitan:
—¡Baja
ese trapo! —le gritan
¡y
nuestra enseña enarbola!...—
¡Y
es la bandera española
la
que los criollos agitan!
Dobló
Falucho, entretanto
la
oscura faz sin sonrojos,
y
ante aquel crimen, sus ojos
se
humedecieron de llanto.
Vencido
al punto el quebranto,
con
fiero arranque exclamó:
—¿Enarbolar
ésa yo,
cuando
está aquélla en su puesto!...—
Y un
juramento era el gesto
con
que el negro dijo: —¡No!—.
Con
un acento glacial
en
que la muerte predicen:
—¡Presenta
el arma! –le dicen–
al
estandarte real—.
Rotos
por la orden fatal
de
la obediencia los lazos,
alzó
el fusil en sus brazos
con
un rugido de fiera,
y
contra el asta—bandera
lo
hizo de un golpe pedazos.
Ante
la audacia insolente
de
esa acción inesperada,
la
infame turba excitada,
gritó:
—¡Muera el insurgente!—.
Y
asestados al valiente
cuatro
fusiles brillaron:
—¡Ríndete
al Rey! —le intimaron,
mas
como el negro exclamó:
—¡Viva
la Patria y no yo!—,
los
cuatro tiros sonaron.
Uno,
el más vil, corre y baja
el
estandarte sagrado,
que
cayó sobre el soldado
como
gloriosa mortaja.
Alegres
dianas la caja
de
los traidores batía,
El
Pacífico gemía
melancólico
y desierto,
y en
la bandera del muerto
nuestro
sol resplandecía.
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