Zamira ama los lobos
Zamira
ama los lobos.
Yo
quisiera ir con ella a buscarlos
a las
tierras más altas,
donde
los robledales rojos de Sotillo
han
perdido sus hojas en las fuentes,
allá
donde los caballos
beben
el agua helada de las cascadas
y se
espera la nieve
como
una bendición.
Tú y yo
estamos en este hospital
esperando
a la muerte.
No la
muerte tuya ni la muerte mía,
sino la
de aquellos que nos dieron la vida.
Y
éstos, ¿a quienes pasarán,
cuando
mueran, sus muertes?
Tú y yo
esperando el final,
El
vacío del límite,
mientras
la vida brilla y tiembla entre nosotros
como un
cuchillo inocente.
Y es
que, esperando la muerte de los otros,
esperamos,
un poco, la muerte nuestra.
Quizá,
por ello, Zamira ama los lobos.
Quizá,
por ello, yo deseo también
salir a
buscarlos con ella este mes de diciembre
a los
páramos altos,
a los
prados remotos.
Y
podríamos ver los espinos,
y las
brasas de sangre del sol
en
mimbrales morados.
Puesta
ya en nuestros ojos
la
venda de la nieve,
que no
pensemos más, que ya no nos deslumbre
el acre
resplandor de los quirófanos.
Zamira
ama los lobos,
quiere
escapar del laberinto de piedra y cristal
del
dolor.
Zamira:
partamos y no regresemos.
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