Fantasía sobre un viejo tema
Me
habita un Poeta
Que
intento esconder,
A
ver
Si
puedo ser
Como
toda la gente.
Abrí
mis mazmorras
Y
en el último desván
Lo
encerré a agua y pan
Con
grilletes
Y
agua corriente...
(A
ver
Si
puedo ser
Como
toda la gente).
Después,
salí a la calle
Todo
arreglado,
Peinado,
Acerado,
Satisfecho,
Porque
en verdad yo juzgaba
Que
la multitud que giraba
Pensaba
en mí
Así:
Allí
va un hombre
Tan
decentemente
Que,
naturalmente,
Nada
debe de tener
Que
nos esconder...
Delirantemente,
De
mí para mí,
Yo
pensaba así:
¡Ser
como esta gente!
¡Ser
aún menos gente!
¡Ser
más toda la gente
Que
toda esta gente!
¡Sí!
Rabiosamente
Yo
pensaba así.
...tanto
más rabiosamente
En
tanto más lejos de mí,
Del
fin
De
la última mazmorra,
El
poeta emparedado,
Hambreado,
Encarcelado
Cantaba
en su prisión:
Si
aquí me encerraron,
Fue
porque no pude alcanzar
El
hueso a limpiar,
Que
a mí me arrojaron...
Porque
los despierto,
De
noche y de día,
Con
la llama fría
De
mi cuchillo abierto.
Porque
la pobreza
Que
volví tesoro
Es
mucho más oro
Que
esa su riqueza...
Porque
en horas muertas,
Yendo
en el camino,
Llamé
a las puertas
Y
seguí sólito.
Yo
pensaba:
Sí,
realmente,
Si
te encerré fue por ver
Si
puedo ser
Como
toda la gente...
Y
bajito,
Recogido,
muy en mí,
Como
un pajarillo de cuenta,
Yo
le cantaba también,
Recogido,
muy en mí,
Canciones
para dormir:
Cosas
que el padre o la madre
Nos
cantan para arrullar...
Así...
Duerme
un sueñito larguito,
En
tu cunita, acostado,
Que
el coco ya fue ahuyentado,
Y
yo no dejo a mi queridito...
Duerme
un sueñito prolongado,
En
tu cunita extendida,
Que
yo te quito el cuidado
Velando
por mi adorado...
Y
así, con todo esto en el pecho,
Un
loco y su mazmorra,
Yo
seguía satisfecho:
Porque
en verdad, yo juzgaba
Que
la multitud que giraba
Pensaba
de mí
Así:
Allí
va un hombre
Tan
decentemente
Que,
naturalmente,
Nada
debe de tener
Que
nos esconder...
¿Cómo
era que, de repente,
En
los ojos de quien pasaba
(Uno
cualquiera)
Imaginaba
Ver
asomarse, acusándome
A
un coloso,
Un
poeta inofensivo
Con
hierros en los tobillos,
En
las muñecas
Y
en el cuello?
Ay,
¡timbrecillos de alarma
Bajo
dedos de otro mundo!
Y
ni sé cómo
Trastornado
hasta el fondo
De
mis mazmorras recónditas,
Melodramáticamente,
Yo
avanzaba
Todo
de brazos abiertos
Hacia
alguno que pasaba.
Entonces,
Frente
a mí, ahora,
Alguno,
y no sin razón,
(Algún
patanón)
Se
detenía, reía,
Decía
Que
yo era loco perdido...
Y,
aturdido,
Yo
me echaba a correr.
La
multitud
Se
detenía para ver
A
este señor bien vestido,
De
buen ver y buenos modos,
Huyendo,
como un perdido,
¡Ante
el asombro de todos!
Sarcástico,
Bien
allá en el fondo
De
la última mazmorra
Mi
Cautivo cantaba
El
orgullo de su casta:
Soy
como un grito de alarma
Sobre
tus somnolencias.
Yo
lleno tus ausencias
Con
la presencia de Dios.
El
son de tus escarceos,
Reduzco
a silencio y espanto.
El
murmullo de mi canto
En
tus oídos impuros...
¡Te
quiero! Y no son tus muros
Los
que impedirían te abrazara
Y
te quemara la boca y la cara
Con
mi ósculo de fuego...
¿Qué
trucos de qué juego
Inventarás
por vencerme,
Si
cual gusano te sonrojas
Sin
las alas que te he sido?
Y
es de tal modo perdido
El
afán de combatirme,
Que
es tu supremo vencer
No
vencer mas ser vencido...
Cantaba,
Pero,
poco a poco,
Subyugaba
Mis
nervios de loco:
Retomaba
De
mi lista de elección
Alguna
pomposa actitud...
Por
ejemplo, la de aquel señor
Fundador
O
benefactor
De
asociaciones de virtud.
Y
seguía
Con
decencia y autoridad,
Mientras
que con desespero,
Con
crueldad,
Con
odio,
Con
sollozos de pasión
Gritaba
allá, para adentro,
De
la última mazmorra:
¡No!
No
pienses
Que
alguien te puede oír.
Te
oigo yo, ¡y nadie más!
Pero
yo no te soltaré
Ni
dejaré
Que
se detengan a tu puerta.
He
de tenerte emparedado,
Cargado
de cadenas;
Y,
en una noche muerta,
He
de entrar, como un ladrón,
Y
te he de clavar los dientes
En
el sitio del corazón;
Y
te he de arrancar la lengua;
Y
te he de quemar los ojos;
Y
has de quedar ciego
Y
así,
En
mengua
De
todo,
Te
he de dejar
Agonizando
tres días.
Entonces,
He
de escribir elegías
A
tu muerte:
Elegías
académicas,
Sonoras,
Metafóricas,
Retóricas,
Hechas
con todos los cortes,
Con
toda la morfología,
Con
toda la fonología,
Con
toda la sabiduría
De
versos saliendo iguales,
¡Como
un reloj dando ayes
A
la hora del mediodía!
Después,
he de conservar
Tu
corazón oscuro
Triturado
Por
mis dientes
Lo
he de conservar, pintado
Retocado,
Barnizado,
En
un frasco de cristal cortado...
Para
mostrarlo a los visitantes,
A
los amigos y a los parientes...
Hablando
así,
Para
adentro
Del
subterráneo nefando,
Iba
andando
Con
aspecto satisfecho,
Y
derecho,
Bien
seguro,
Sobre
todo consciente
De
estar igualmente siendo ahora
La
parte de afuera
(la
cal del muro)
De
toda la gente.
Así
entro en varias casas,
A
través de varias calles,
Parando
ante varios aparadores,
Saludando
A
un lado y al otro...
Hasta
quedar
En
una sala cualquiera
Donde
están sentados
Hombres
y mujeres
Con
aire de embalsamados.
Criados
Vienen
y van
Con
bandejas
En
la mano.
Flota,
como en las iglesias,
Un
aire de hipocresía...
Mientras
En
un rincón,
Con
honda neurastenia,
Un
piano hace on, on,
Como
un pobre perro enfermo.
Luego,
Entonces,
Alguna
niña Marguerithe
Implora
que yo recite
La
última producción.
Me
rehusó,
Ella
insiste,
Voy
al centro de la sala,
Todo
se calla,
Me
siento triste,
Me
falta el habla,
Me
falta la respiración
Y
sudando de angustia, ronco,
Dibujando
en el aire gestos de loco,
Arranco,
con gran esfuerzo
Estas
palabras, al Otro...
¡Palabras
De
todo mi corazón!
En
el silencio total te contemplo. Murió
La
ya póstuma luz de los astros muertos, en el cielo cóncavo.
¡Llegó
nuestra hora! La realidad somos tú y yo.
¡Te
contemplo, Señor! Yo, tu indigno esclavo...
Tus
ojos serenos y crueles
Me
despojan de toda ornamentación:
Y
yo tiemblo, desnudo, sobre mis tristes, preciosos oropeles,
¡Desnudo
y cubierto de confusión!
Recuerdo
mis manos viles, mis ojos lasos,
Y
mi carne marchita y mi sudor,
Y
mis pies deformados y las heridas de mis brazos...
Ten
piedad de mí, hermoso señor.
Continúas
mirándome. Imperturbable,
Tu
mirada traspone mi desnudez.
Y
por más que me recoja a tus pies, miserable,
El
alma me duele, ¡porque tú la ves!
¿Cómo
eres tan cruel siendo tan bello?
Quítame
tu mirada, que me tortura,
Dura
y fría como el filo de un cuchillo...
¡Evítame
tu hermosura!
¡Ah,
qué martirio!
Tenerte
siempre tranquilo, grande, bello,
Plantado
frente a mí, que soy delirio,
Rechinar
de dientes insanos y reír amarillo.
¡Sal
de mi vista, mi amado!
Clama
por mí el suelo del que soy digno.
¡Déjame
resignarme! Estoy cansado.
Sólo
por pudor hacia ti no me resigno...
Déjame
ir a ver allá abajo a los saltimbanquis.
A
gozar el vil ballet que sube a escena.
¡Déjame
ocupar mi lugar en los bancos,
Exhibir
mi número en la arena!
¡Déjame
ser vulgar!
Pues
si no puedo ser lo que tú eres
¿Por
qué me tomas así para rastrear,
Con
un grillete a tus pies?
Triste,
impotente, en vano dentro de mí grito estos gritos:
Te
miro... y callado, desnudo y mudo,
Porque
tus ojos nítidos y fijos
Se
me anticipan a todo.
Y
yo sé que no te irás ni yo me iré.
Pesa
sobre nos dos la misma condición;
Que
yo nací siervo de tus pies de rey;
Tú,
¡pobre rey, siervo de mi servidumbre!
Me
callo, afligido.
En
torno,
Con
un aire de compromiso,
Dicen
que sí, que es bonito,
Se
dan con las puntas de los dedos,
Me
dan palmaditas,
Con
un movimiento comprensivo
De
las frentes estupefactas...
Y
la niña Marguerithe
Levantando
los omóplatos,
Baja
lánguida
Los
párpados timoratos
Sobre
la cinta del vestido.
¡Ah,
yo sé!
Sé
que nadie me comprendió,
Ni
podía comprender
Mi
combate de amor:
Ese
diálogo entre mí y yo.
Y
encogido en un rincón
Como
el piano,
Gozo
onanísticamente
La
gloria de ser vencido,
Gritando
a mi tal demente
Allá,
en su fondo, escondido:
¡Venciste
porque eres más grande!
¡Porque
tenías que vencer!
Porque
yo soy débil,
Porque
no te puedo tener
Callado,
en tu agujero!
Yo,
al final,
Soy
una triste mezcolanza
De
osadía y de cobardía.
Soy
tú y yo...
¡Soy
banal!
No
soy piel ni carne viva,
No
sé subyugar a ninguno,
¡Padezco
la alternativa
De
nunca ser sólo uno!
En
tanto, al lado, de soslayo,
Hablando
para un sujeto,
Asomado,
como un cuco,
Sobre
su hombro perfecto,
La
dama de un alto pecho
Y
de una boca roja
Dice:
—No
parece antipático.
—No...
sólo loco.
—Tal
vez un poco lunático...
Y
yo, sintiéndome ridículo
Con
mi aire sorumbático
Me
voy a encerrar en un cubículo
Donde
no hay nadie,
Y
en donde la voz del Arcángel preso,
Desde
allá, de los fondos, alta, viene:
¿Por
qué es que de mí reniegas si yo soy Uno,
Y
tú, aún desdoblas, tú no eres ninguno?
¿Por
qué me rechazas si no hay batalla
Que,
ni aún ganada puedes creer que te valga?
¿Por
qué de todos ellos me escondes aquí,
Si
yo soy ellos todos, y aún yo soy ti?
¿Por
qué sólo exhibes en tu portal
Viles
máscaras mías...?
Etc.,
y tal.
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