Mariposa en cenizas
Hoy
te escribo, Señor, y te pregunto
por
la escondida luna de mi muerte;
por
sus manos de hielos afilados
como
agujas que cosen telarañas;
por
esa muerte mía, sólo mía,
que
aún no está madura por tus campos. Tú, Dios, para matarme,
para
volverme a
Ti y
a la sombría
cuna
de donde vine, has de abrasar mis alas
y
desatarme en nube pálida de ceniza
y
aplastarme en la luz última de una tarde.
Y yo
he de bailar,
con
mi vestido gris de polvo y niebla,
frente
al cielo amarillo y el sol frío,
sobre
tus rosas y arrayanes muertos,
arrastrando
mis alas desgarradas
igual
que un breve cisne de las flores.
Y te
pondré en la mano
dos
lágrimas de luz y sal, como un pequeño
quejido
por mis alas ardidas ya y cenizas
desde
que me las diste un octubre lejano. Cuando tuvo mi nombre un lugar en el aire
y me
llamaron «Julia» para hacerme más sitio.
De: “Mariposa en cenizas”
No hay comentarios:
Publicar un comentario