El
eterno canto de las sirenas
A
Daisy, Ana Ilce, Vidaluz y Gioconda
¿Qué
decía, Ulises, el canto de las sirenas que tu pobre
astucia
no
se atrevió a escuchar?
¿Qué
fue de la armoniosa perfección
que
tus naves esquivaron?
¿De
qué sirvieron tus viajes, para qué las arenas de Troya,
la
victoria a traición,
la
embriaguez de Polifemo?
¿Para
qué la gloria de los siglos, insensato,
si,
hombre al fin, tuviste el milagro al alcance
de
tu mano
—más importante que la gloria
más efímero que la fama, y por eso
sólo por eso, terno—
y
te negaste, cobarde, a descifrarlo?
Pero
las sirenas, Ulises, son eternas.
Otros
son los que escuchan ahora nuestros cantos.
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