sábado, 3 de mayo de 2014

MICHÈLE NAJLIS


 

 
 

El eterno canto de las sirenas

 

A Daisy, Ana Ilce, Vidaluz y Gioconda

 

  

¿Qué decía, Ulises, el canto de las sirenas que tu pobre

astucia

no se atrevió a escuchar?

¿Qué fue de la armoniosa perfección

que tus naves esquivaron?

¿De qué sirvieron tus viajes, para qué las arenas de Troya,

la victoria a traición,

la embriaguez de Polifemo?

¿Para qué la gloria de los siglos, insensato,

si, hombre al fin, tuviste el milagro al alcance

de tu mano

—más importante que la gloria

más efímero que la fama, y por eso

sólo por eso, terno—

y te negaste, cobarde, a descifrarlo?

 

Pero las sirenas, Ulises, son eternas.

Otros son los que escuchan ahora nuestros cantos.

 

 

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