El
ala del cuervo
A
Pedro Ortiz
I
—EA,
apretad esas cinchas
y
apercibid los overos;
y que
ya tasquen los potros
el
bocado de los frenos.
Preparad
las jabalinas,
poned
traílla a los perros;
sonad
las trompas de caza
y
azores llevad dispuestos.
¿Ya
estáis listos? Pues aprisa,
vamos
al bosque siniestro—.
II
Quien
tal dice es un altivo,
noble
y alto caballero
que,
con sus alrededores,
tiene
la comarca en feudo.
Es
don Pedro de Almendares,
el
infanzón altanero
a
quien, por lo valeroso,
ninguno
venció en el duelo.
El
que ha astillado sus lanzas
en
las justas y torneos,
siempre
sereno y triunfante
sin
temores ni recelos.
III
Es
Violante una doncella,
con
unos ojos muy negros,
con
unos oscuros rizos
que
cuando le caen sueltos
por
la garganta blanquísima,
por
la espalda y por el seno,
fingen
en fondo de mármol
mallas
finísimas de ébano.
Don
Pedro adora a Violante
y
Violante ama a don Pedro;
y
ambos gozan en deliquios
de
ardorosos embelesos.
IV
Pero
Violante la hermosa
se
enciende en llamas de celos
sin
que nada de sus ansias
pueda
aminorar el fuego.
La
linda Violante busca
para
sus males remedio,
y a
nigromante interroga
contándole
sus secretos.
El
nigromante medita;
y
luego, fruncido el ceño,
busca
en yerbas misteriosas
filtros;
y ve los luceros;
y en
cabalísticos signos
quiere
hallar el verdadero
modo
de que sus retortas
puedan
curar aquel pecho.
Por
fin, después de lograr
descifrar
aquel misterio,
y ya
encontrada la clave
del
enigma, dijo luego
a
Violante: —Que el que os ama
os
traiga el ala de un cuervo;
y con
el oscuro copo
del
suave plumaje negro,
podréis
curar la dolencia
llevándole
junto al pecho—.
V
Por
eso va en su corcel
el
valeroso don Pedro,
y con
sus gentes al bosque
con
jaurías y pertrechos.
Ése
es el bosque maldito,
ése
es el bosque siniestro,
del
que mil supersticiones
andan
en boca del pueblo.
Con
temor van caminando
ojeadores
y monteros,
que a
ese bosque nunca llegan
porque
les ataja el miedo.
—Don
Pedro, el bosque es terrible—.
Don
Pedro se ríe de eso;
que
no teme ese hijodalgo
ni a
los vivos ni a los muertos.
—Ese
bosque está maldito—.
—No
importa —dice don Pedro.
Y
siguen andando, andando,
y ya
están del bosque dentro;
y ya
los toques de caza
repiten
sonoros cuernos
y van
los genios del aire
desparramando
los ecos.
Don
Pedro no busca fieras
ni
sigue la pista a ciervos,
ni a
cerdosos jabalíes:
él
busca un nido de cuervos.
VI
Iba
la noche empezando;
el
día iba oscureciendo;
cuando
en un árbol robusto
medio
destroncado y seco,
graznó
un cuervo enorme echado
en
unos grietosos huecos;
sus
ojos fosforescentes,
su
corvo pico entreabierto.
VII
Don
Pedro fuese hacia él
afanoso
ya y contento;
puso
en comba un arco entonces,
y
disparó... cuando el cuervo
como
una flecha veloz
voló
donde el caballero;
hincó
en los hombros robustos
sus
largas uñas de acero,
y con
picotazos rápidos
le
sacó los ojos negros...
Don
Pedro dio un hondo grito,
mas
mató el pájaro; y luego
le
sacaron aterrados
servidores
y pecheros
de
aquel lugar tenebroso,
de en
medio el bosque siniestro.
Fue
al castillo de Violante
con
un ala entre sus dedos,
del
pájaro, y a la hermosa
le
dijo: —Mira, estoy ciego;
por
ti he perdido mis ojos
ángel
de mis dulces sueños. ..
yo
llegué al bosque maldito
y me
castigó el infierno—.
VIII
La
niña miróle entonces
y le
dijo: —Buen mancebo,
yo ya
no puedo quererte:
primero,
porque eres ciego;
y
después porque el de Alcántara,
noble
señor extranjero,
pidió
a mi padre mi mano
y nos
casamos hoy mesmo—.
Dio
un grito de horror terrible
y
tornado loco, el ciego,
en
carrera desatada
fue
tropezando y cayendo
por
los bosques; y apretando
contra
el dolorido pecho,
entre
los puños crispados
la
espantosa ala del cuervo.
[2 de junio de 1885]
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