El arte de amar
(La danza del péndulo)
Celestino
amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con
entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis
Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del
Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.
Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una
crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al
convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por
qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte
de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto
a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua
muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque
ustedes no lo crean.
Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San
Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con
un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con
Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia,
pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.
Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.
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