Ciega...
¡Me
estremece pensar que tu pupila
girando
en torno su mirada triste
ya
no ve como ayer la luz tranquila
del
día que se va; que ya no existe
el
placer para ti de verlo todo,
desde
el cielo hasta el lodo;
el
iris en las flores,
el
vuelo de la garza enamorada,
la
acuarela viviente del paisaje,
el
rubor de la luz en la alborada
con
su tibia cascada de colores
temblando
en las guirnaldas del boscaje... !
¡Ciega...!
Una venda obscura
medrosa
como un ala de vampiro
cayó
sobre tus ojos,
y un suspiro
brotó
como gemido de amargura
del
fondo de tu almita anochecida
apenas
en el alba de la vida.
Hoy
me miras sin verme;
y
tus claras pupilas azoradas
al
fijarse distantes se parecen
a
dos estrellas que perdiendo el rumbo
quedaron
apagadas
en
mitad de la noche.
Acaso
sólo escucharás la vida
como
el ligero tumbo
de
las olas de mar desconocida
que
vienen a morir con beso suave
de
murmullos y espumas
en
tu playa de brumas.
¡Ciega,
mi bien, y la pesada llave
de
tu prisión en manos de la suerte,
señora
de la vida y de la muerte... !
Sobre
el bruñido lago de la tarde,
el
sol se va y en sus reflejos arde
un
último destello de esperanza;
vierte
su rayo en tu pupila ciega
que
mira como ayer, serena y mansa.
Hay
un sol que se va y otro que llega...
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