domingo, 15 de marzo de 2020

WYSTAN HUGH AUDEN





Musée des Beaux Arts



Nunca se equivocaron sobre el sufrimiento
los Viejos Maestros; qué bien entendieron
su lugar en lo humano; cómo sucede
mientras otros por ahí abren una ventana, comen o en algún
    lado caminan sin fijarse;
cómo, mientras los ancianos apasionadamente
esperan el milagroso alumbramiento, debe siempre haber
    niños
patinando en un estanque a la orilla del bosque
que no tienen especial interés en que suceda;
nunca olvidaron
que incluso el temible martirio debe seguir su curso
a como dé lugar en una esquina, en algún lugar sucio
donde llevan los perros su vida de perros
y el caballo del verdugo
se rasca el trasero inocente contra un árbol.

En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo: cómo se aleja todo,
placenteramente, del desastre; el labrador
pudo haber oído el chapoteo, el desamparado grito,
pero para él no se trataba de un fracaso importante:
el sol brillaba como debía en las blancas piernas
que desaparecían entre las aguas verdes;
y el airoso y delicado buque, que algo asombroso debió ver
—un niño que caía del cielo—
tenía que ir a algún sitio y navegó con calma.

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