lunes, 12 de diciembre de 2011

9 DE DICIEMBRE


LA FECHA CORRESPONDE AL DIA EN QUE FUERON TWITEADOS LOS POEMAS


METAMORFOSIS

Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro
Luis G. Urbina



EN UNA DE ESAS TARDES…

En una de esas tardes
sin más pintura que la de mis ojos,
te desnudé
y el viaje de mis manos y mis labios
llenó todo tu cuerpo de rocío.

Aquel mundo amanecido por la tarde,
con tantos episodios sin historias,
fue silenciosamente abanderado
y seguido por pueblos de ansiedades.

Entre tu ombligo y sus alrededores
sonreían los ojos de mis labios
y tu cadera,
esfera en dos mitades,
alegró los momentos de agonía
en que mi vida huyó para tu vida.

Estamos tan presentes,
que el pasado no cuenta sin ser visto.
No somos lo escondido;
en el torrente de la vida estamos.

Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí
toda el agua que va rumbo a tus cántaros.
Tu nombre, tu alegría…
Nadie lo sabe;
ni tú misma a solas.
Carlos Pellicer



ALUSIÓN A LOS CABELLOS CASTAÑOS

Así como fui yo, así como eras tú,
en la penumbra inocua de nuestra juventud
así quisiera ser,
mas ya no puede ser.

Como ya no seremos como fuimos entonces,
cuando límpida el alma trasmutaba en pecado
al más leve placer,
Cuando el mundo y tú eran sonrosaba sorpresa.
Cuando hablaba yo solo dialogando contigo,
es decir, con tu sombra,
por las calles desiertas,
y la luna bermeja era dulce incentivo
para idilios de gatos, fechorías de ladrones
y soñar de poetas.

Cuando el orbe rodaba sin que yo lo sintiera,
cuando yo te adoraba sin que tú lo supieras
-aunque siempre lo sabes, aunque siempre lo sepas-
y el invierno era un tropo y eras tú primavera
y el romántico otoño corretear de hojas secas.

Tú que nunca cuidaste del rigor de los años
ni supiste el castigo de un marchito ropaje;
tú que siempre tuviste los cabellos castaños
y la tersa epidermis, satinado follaje.

Tus cabellos castaños, tus castaños cabellos
por volver a besarlos con el viejo fervor,
vendría yo la ciencia que compré con dolor
y la tela de araña que tejí en sueños.
Así como fui yo, así como eras tú,
en la inconciencia tórrida de nuestra juventud,
así quisiera ser,
mas ya no puede ser...
Renato Leduc



LOS RUIDOS DEL ALBA

I

Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus diecinueve años.

Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.

Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo,
y hoy escribí leyendas de tu vida
sobre la superficie tierna de una manzana.

Y mientras todo eso,
mis impulsos permanecen inquietos,
esperando que se abra una ventana para seguirte
o estrellarse en el cemento doloroso de las banquetas.
Pero de las montañas viene un ruido tan frío
que recordar es muerte y es agonía el sueño.

Y el silencio se aparta, temeroso
del cielo sin estrellas,
de la prisa de nuestras bocas
y de las camelias y claveles desfallecidos.

II

Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.

¡Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)

Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.

Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.

Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.

Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.

Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.

No es el amor de fuego ni de mármol.

El amor es la piedad que nos tenemos.
Efraín Huerta

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