martes, 6 de junio de 2017

ALFREDO GANGOTENA




Canto de agonía
                                              
                                                             a Julien Lanoe



El endurecido y arcano vuelo de los árboles; los mil truenos
que estremecen la Tierra;
El huracán en torno de las llamas y en el deslumbramiento de
su cólera
El huracán con sus voces desgarradoras de la seda de las
flores, en el espacio clama:
"Oh noche, yo recuerdo.
He conocido antaño al claror de los astros,
Su cuerpo de belleza y de gracia,
Su cuerpo estibado de amor a la orilla
de las llamas, estrechándome en mi fluida
eternidad"
Tus aromadas alas, viento solar de la noche,
Tus alas me llenan de un vasto soplo el espíritu.
Aguas madres de mi reino, aguas yacentes en mi vigilia;
¡Grandes centellas de mi sangre y de mi carne!
Y vosotros, mis ojos vibrad en el éxtasis postrimero,
¡Claridades de tanto amor!
Un solo deseo me aniquila
Significándome, en esta firmeza extraña, los agoreros límites
de la muerte.
Y el Ángel, centella de las aguas,
Huracán de cabellera. —en el instante mismo de la luz—
advierte mi azoramiento gritando:
"Resplandezco en mi poder, venas de la Primavera.
Cristiano, cristiano, te hablo de un gran fulgor.
Alguien se nutre esperanzadamente de la sal de las
lágrimas.
¡Pasiones! ¡Pasiones!
Aquel macula con su aliento y emponzoña toda palabra y
toda apariencia:
Que diga de hinojos su plegaria
De hinojos, de hinojos por tres veces, sobre el vestigio del
Señor Jesús, amén."
Grandes y nocturnas flores sueñan en la soledad de sus
cálices.
La plegaria, adentro, desliza en mis venas su tiniebla y
sollozo.
Me persiguen cien riesgos y mil torturas.
¡Amor, amor, deseo de fijeza!
Cegadora música de las conjuradas arenas de la selva.
Octava de espanto que me atrae con deleite y violencia.
De un solo golpe, los miembros se juntan al estremecimiento
de los labios, a la llegada del corazón.
¡Palpad, amigos, mi frente y mis párpados!
Más tarde no tendré nada de este cuerpo para presentarme
a vosotros.
Que yo os regocije en último lugar, en el objeto mismo de mi
pesadumbre.
En las noches de infortunio,
La colina repliega sus alas de bruma y de rocío.
Pasemos, pasemos.
Empecinamiento sin tregua de la tormenta en torno de los
cálices vegetales.
Madre, el astro se levanta sobre tus reliquias, escucha el eco
de las nieves que juguetea en tus jardines.
Clamorosamente, me llama la selva y golpea las puertas de
mi cárcel.
¡Dios! La sutil morada se entrega de improviso a la esencia
de los lirios.
Me embelesas, línea meridiana de vuelo,
Y resplandeces para la pupila con el relámpago negro de una
bestia agoniosa, emperatriz de las arenas.
Salobre estación en el lecho de los lagos, grietas perdidas
que un cielo ardiente calcina, crueles espejismos de sal y
de viento.
El cielo azul, el mundo y su verdura.
Todas las formas en mi vida, y aquella más extraña en torno
mío que las abiertas llamas del firmamento.
Transida, el alma vela el agua desierta de mis ojos;
Se embeben mis pestañas en el viento de las tumbas.
Cesad, cesad, inútiles, inútiles comparaciones.
Al favor de las lluvias, piedras latentes de mi morada, al favor
de un soplo, ataviaos con una luz más encendida en la
noche.
Solitaria, la dama ambula entre las hojas; y conmovedora
franquea la desmesurada sombra de los montes.
Acudid, brisas, y vosotros, pueblos del huracán, gustad por
connivencia las formas vivas de su amor.
Febril todavía bajo el peso de la nieve, el pájaro polar se
arriesga en la llanura.
¡Les plazca a los ángeles que llegue esta corriente de
inmensidad! y que venga dulcemente a cerrar mis
párpados donde corre la sangre de la desesperanza.
Nos vence la inmensidad de las arenas. Las puertas gimen
bajo el intrépido embate de la tormenta.
Y tú despuntas, Bella, junto al ruego de mi alma.
Mujer, te presiento en la gloria y el rehilo de tus contornos.
Dócil para escuchar el movimiento del solsticio en las venas
del esposo, esta grandeza.
El agua quemante de todas las coyunturas se inmoviliza en
tus rodillas.
Ávido, con mi transparencia, me detengo en el dintel.
Mi atribulado corazón me arrulla extrañamente:
"Desplegad vuestras alas boreales,
Sombras remotas que el sueño incita en las cortinas,
Id por el mundo, melancólicas imágenes del invierno,
Id para abriros donde se anuncian las primicias de su
blancura".
¡Es ella bajo las fases nupciales de la luna! La dama viene
más ligera que el fuego de mis miradas.
¡Mirad! Su amor me solicita detrás de la muralla traslúcida de
los océanos.
"¿Por qué, dice, y para que la urgencia de mi regreso?
¿Para qué si tú yaces helado y sombrío,
Cuando las flores se inclinan y pesan voraces sobre tu
corazón?"

Esta grande tristeza en la memoria.
Ciego y leproso, ¿desde qué siglo he perdido todo contacto
con la vida?
Bellas de la tarde, el pájaro canta los júbilos del hombre bajo
vuestro reino.
Mujeres arropadas con el soplo en la noche, bajo vuestro
reino, este rumor de lágrimas de los jardines.
Entonces, vosotros, inmensurables y congeladas en vuestra
gloria,
¡Adiós!
El Amor es mi herencia que me tortura en las soledades de
mi carne.
Me revelas, Espíritu, la violencia de las hachas a tu paso.
¡Espíritu, nos abandona el mundo! y sus confines, por los
demás, perecen bajo tu impulso de eternidad.
¡Brazos innumerables, levantad al cielo con un solo suspiro el
poderoso polvo!
Paraliza tu soplo, oh muro, inmoviliza mi alma como antaño
me amurallabas la inteligencia de todas las formas
exteriores;
Guárdame ferviente bajo tu abrazo en la confidencia de tus
pajas gramíneas.
Paciente naturaleza: la hoja donde se prende la tórrida
presencia del cielo.
¡Visitación! ¡Visitación!
El huracán lúgubre barrena como un pez en la punta de las
flechas.
Estas llamas, entonces, bajo las sienes, se estremecen con
toda su ira.
¡Pájaros, despejad el espacio de vida!
Libradme de esta pupila donde el espíritu se hiela.
Lágrimas, corred, sed para mí la estrella nueva de mi
bautismo.
¡Y que yo cante mi canto de despedida al son de las llamas!
La vida al viento, y con mi grito de ventarrón que me
traspasa.
Me precipito hacia vos, Señor, como un río de lava.
En la última ardencia del alma, ¡me aproximo a vuestra mano,
amén!
Filigrana de los torrentes, un gran viento luminoso se levanta
bajo mis párpados.
El mar y el espíritu juntos se han disuelto en la luz.





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