martes, 6 de octubre de 2020

MIHAÏ BENIUC

  


 

Antes del invierno





Este es mi tiempo, el otoñal, el último. 
Ataré mi caballo del tronco de algún árbol 
en el lindero de la selva oscura 
y me extraviaré por los campos que huelen 
a lentas flores tristes, a frases muy maduras, 
a hierbas marchitadas por la helada nocturna. 
Podré escuchar al grillo que intermitentemente, 
solitario, afligido, guarda su violín. 
Golondrinas, halcones y grullas se marcharon, 
ya no hay más resplandor que el de la estrella 
de la tarde, en el cielo como un lar apagado. 
La alta cima, de un día a otro, estará nevada, 
y yo, cerca del fuego, en mi retiro, 
me pondré mi zamarra de piel, amortajando 
en los recuerdos el hogar del alma. 

Cual si perteneciera a la edad de la piedra, 
tanto se amontonaron, con los años que pasan, 
tristezas, aventuras y residuos de sueños. 
Este es mi tiempo, el otoñal, el último. 
El lago está más claro, pero más fría la onda. 
y la hoja verde, enrojecida, gualda, 
se balancea y cae como antes lo hacía. 
Voluptuoso juego este de ir al descenso 
en los racimos de uvas que han guardado la fuerza 
y la miel de la tierra en su granos pesados. 
Se canta en los lagares y cuán hermosas son 
las mujeres que hacen la vendimia riendo. 
Sobre el lago azulado el viento se estremece 
y un inquieto temblor se extiende por las aguas 
como el que al primer beso aparece en los ojos 
cuando al prender la fina cintura de la amada 
se siente que el gran Eras te ha vencido. 
¿Todavía el otoño tiene tales encantos 
cuando ves en las cumbres la nieve deslumbrante? 
¡Ah!, el otoño, el otoño es aún mucho más rico, 
más denso de secretos y también más profundo, 
con días cual lagartos que pasean al sol, 
noches de terciopelo y brillantes estrellas 
que parecen aún más altas y lejanas 
de este globo terrestre, cuya pequeña barca 
gira rápidamente alrededor del sol, 
al tiempo que nosotros, entre tantos aromas, 
somos, presos del vértigo y locos de entusiasmo, 
como niños que montan caballos 'de madera. 
Pronto de todos modos va a descender la noche 
y hacia las casas vamos llorosos, pues los padres 
-o el destino- nos tienen prohibido 
dar vueltas en la feria también después de muertos. 
Otoño, otoño, ay, mi estación bien amada, 
cuánto, cuánto te quise, pero ya envejecí 
y si en los caballitos de madera 
no puedo montar más, es ciertamente signo 
de que les llegó a otros el turno y la ocasión 
de que el gran torbellino los lleve en su locura.

  

Versión de Rafael Alberti y María Teresa León

 

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