miércoles, 15 de abril de 2015

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA

 

Nocturno

 

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
     a quien los más audaces, en locos devaneos,
     jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
     y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
     jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
     si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas,
     tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca
     besar tus pliegues de tibio aroma llenos
     y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñar de placer en sus brazos,
     por aquel de quien eres todas las alegrías,
     ¡Oh dulce niña pálida!, di,  ¿te resistirías?

 

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