domingo, 1 de diciembre de 2013

MARÍA MERCEDES CARRANZA



  
Extraños en la noche


Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor; estas
calles son el laberinto que he de andar y desandar: todos los
pasos que al final serán mi vida. Grises las paredes, los
árboles y de los habitantes el aire de la frente a los pies. A
lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno, un verde
Patinir de laguna o río, y tras los cerros tal vez puede verse
el sol. La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; nos
unen el cansancio y el tedio de la convivencia pero también la
costumbre irremplazable y el viento.


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