De
noche, los domingos son más tristes.
Ayuda la impresión bobalicona
de la distante luna, cuyo velo de flema
irreal se contagia:
las familias se arropan a la lumbre
eléctrica, o apuran
los restos de la cena quedamente,
pensando ya en la paz merecida del catre;
descienden el telón de las persianas
y se rinden al sueño de sí mismas.
Ayuda la impresión bobalicona
de la distante luna, cuyo velo de flema
irreal se contagia:
las familias se arropan a la lumbre
eléctrica, o apuran
los restos de la cena quedamente,
pensando ya en la paz merecida del catre;
descienden el telón de las persianas
y se rinden al sueño de sí mismas.
"Que
nadie nos moleste"
digo entonces,
"vámonos a un rincón".
Me aprietas silenciosa. Tú también tienes frío.
Pero los dos sabemos que quizás
sea mejor así,
caminar solitarios los recodos del pueblo
y a espaldas del convento
-piedras despellejadas con verdín-
nuevamente entregarnos en un culto
feliz porque salvaje:
dos mamíferos
que luchan contra el medio por conservar no más
que su sangre caliente.
digo entonces,
"vámonos a un rincón".
Me aprietas silenciosa. Tú también tienes frío.
Pero los dos sabemos que quizás
sea mejor así,
caminar solitarios los recodos del pueblo
y a espaldas del convento
-piedras despellejadas con verdín-
nuevamente entregarnos en un culto
feliz porque salvaje:
dos mamíferos
que luchan contra el medio por conservar no más
que su sangre caliente.
De "El vino de los amantes"
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