Y fueron de la tarde las claras agonías:
el sol, un gran escudo de bronce repujado,
hundiéndose en los frisos del colosal nublado,
dio formas y relieves a raras fantasías.
Mas de improviso, el orto lanzó de sus umbrías
fuertes y cenicientas masas, un haz dorado;
y el cielo, en un instante vivo y diafanizado,
se abrió en un prodigioso florón de pedrerías.
Los lilas del Ocaso se tornan oro mate;
pero aún conserva el agua su policroma veste:
-sutiles gasas cremas en brocatel granate-.
Hay una gran ternura recóndita y agreste;
y el lago, estremecido como una entraña, late
bajo la azul caricia del esplendor celeste.
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