Pero
te dejo ir, te marchas, y yo ya no recuerdo
si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto,
mi Penélope,
mi asiento duro y fácil
de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:
te dejo ir y la mañana
cae espesa y ruidosa,
se postra en mis pasillos,
invade las cocinas y yo ya no te amo
porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.
Te dejo ir y avanzas confusamente entre los parques,
estropeándolo todo con las huellas de
tus botas
grandes de soldado rubio.
Te vas a la guerra y decir miedo,
verte desaparecer diciendo hambre,
verte caminar con la muerte sonriéndote en la espalda,
prostituta de quince minutos estrechos
en la primera esquina, junto
a la tienda de puñales.
si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto,
mi Penélope,
mi asiento duro y fácil
de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:
te dejo ir y la mañana
cae espesa y ruidosa,
se postra en mis pasillos,
invade las cocinas y yo ya no te amo
porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.
Te dejo ir y avanzas confusamente entre los parques,
estropeándolo todo con las huellas de
tus botas
grandes de soldado rubio.
Te vas a la guerra y decir miedo,
verte desaparecer diciendo hambre,
verte caminar con la muerte sonriéndote en la espalda,
prostituta de quince minutos estrechos
en la primera esquina, junto
a la tienda de puñales.
II
Y no,
no es del todo cierto un dolor tan apreciable
porque hay una cosa entre los frigoríficos
que se llama resurrección
y cada hora decapitada, cada segundo
mutilado, cada vinculación ahí afuera
supone que los perros van a desaparecer algún día
con su fidelidad que traiciona rebaños,
con su estúpida conducta de amor incondicional y severo.
No es del todo cierto eso de que yo sufra,
pregúntale a una esfinge sin brazos
y con la nariz incompleta
si me ha visto pasar con lágrimas y duelo.
Quieren responderte con la misma frase lapidaria,
hija de siglos,
¡ah!, qué terrible llanto las cariátides, qué terrible llanto,
pero yo
no pertenezco a la historia
y no tengo amistades de piedra.
Yo, dulcemente, he llegado a la desmesura del amor,
a la cintura estrechísima de la soledad, dulcemente,
etcétera,
y mi alma alargada por el uso, estirada
y ensanchada
por los viajes fugitivos de tu cuerpo
acumula el aire y flota,
mi alma floja, preguntándose
qué es esa cosa de que te miren
todas las ciudades, de que te acojan todas las
Venecias.
porque hay una cosa entre los frigoríficos
que se llama resurrección
y cada hora decapitada, cada segundo
mutilado, cada vinculación ahí afuera
supone que los perros van a desaparecer algún día
con su fidelidad que traiciona rebaños,
con su estúpida conducta de amor incondicional y severo.
No es del todo cierto eso de que yo sufra,
pregúntale a una esfinge sin brazos
y con la nariz incompleta
si me ha visto pasar con lágrimas y duelo.
Quieren responderte con la misma frase lapidaria,
hija de siglos,
¡ah!, qué terrible llanto las cariátides, qué terrible llanto,
pero yo
no pertenezco a la historia
y no tengo amistades de piedra.
Yo, dulcemente, he llegado a la desmesura del amor,
a la cintura estrechísima de la soledad, dulcemente,
etcétera,
y mi alma alargada por el uso, estirada
y ensanchada
por los viajes fugitivos de tu cuerpo
acumula el aire y flota,
mi alma floja, preguntándose
qué es esa cosa de que te miren
todas las ciudades, de que te acojan todas las
Venecias.
De: "Odisea definitiva"
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