domingo, 17 de mayo de 2020

JUAN CARLOS SUÑEN





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Sí a aquel pagado
y sobrio que medía
sin ardor sus maneras varoniles:
altivo contra el torpe
divagar de los buenos ciudadanos.

O a ese otro consciente,
de adversario adquirido
y amigo devorado.
O al celador o al preso. Si tan sólo
deseaban salvarse,
desesperadamente,
salvarse. Bien podríamos
amonestar sus idas
y venidas. ¿Pero a este...?

¿No era él quien amaba,
entregado a cuadernos descuidados,
al tocar de la prisa sobre puentes cohibidos
por el tiempo, y quemaba
sus tardes largas entre manos rojas
que le llamaban (que según decía
le llamaban danzando) hasta lugares donde
le querían traído y extranjero,
borracho y extranjero,
desnudo y necesario? ¿No era acaso,
el mismo que volvía por las primeras luces
del mar cantando (casi
podemos verle desde aquí, curtido,
tan minucioso bajo la resaca
del cielo) , respirando
toda la vanidad del mar, la recibida
inocencia del viejo sol, soberbia? ¿No era el mismo
entonces que el que ahora prevalece
modesto entre los otros liberales?


De: "La prisa"


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