La oscura y
alta llama en ti recae
La oscura y alta llama en ti recae,
figura todavía desconocida
¡ah, por tan largo tiempo suspirada
tras ese velo de años y estaciones
que acaso un dios se apresta a desgarrar!
La incólume delicia, la penosa ansiedad
de existir nos incendia y nos calcina
igualmente a los dos. Mas cuando calla
la música entre nuestros rostros desconocidos
se alza un viento cargado de promesas.
Igual a dos opacas estrellas en lenta vigilia
en la cual a un planeta reanima íntimamente
el luminoso espíritu nocturno,
nos alzamos ahora penetrantes,
deseosos de un futuro ilimitado.
Así alienta y alea en el alma vehemente
un deseo tan próximo al espanto,
una esperanza semejante al miedo,
mas la mirada se extiende y entra en la sangre
más fértil el aliento de la tierra.
Asumido en la helada mesura de las estatuas
todo lo que parecía ya perfecto
se reanima y desata, vibra
la luz, tiemblan fructíferos arroyos
y zumban las ciudades augúrales.
La fiel imagen palidece
y me yergo, levito y atormento
queriendo hacer de mí un Mario inalcanzable
para mí mismo, en el ser incesante
un fuego que reengendra su ardimiento.
figura todavía desconocida
¡ah, por tan largo tiempo suspirada
tras ese velo de años y estaciones
que acaso un dios se apresta a desgarrar!
La incólume delicia, la penosa ansiedad
de existir nos incendia y nos calcina
igualmente a los dos. Mas cuando calla
la música entre nuestros rostros desconocidos
se alza un viento cargado de promesas.
Igual a dos opacas estrellas en lenta vigilia
en la cual a un planeta reanima íntimamente
el luminoso espíritu nocturno,
nos alzamos ahora penetrantes,
deseosos de un futuro ilimitado.
Así alienta y alea en el alma vehemente
un deseo tan próximo al espanto,
una esperanza semejante al miedo,
mas la mirada se extiende y entra en la sangre
más fértil el aliento de la tierra.
Asumido en la helada mesura de las estatuas
todo lo que parecía ya perfecto
se reanima y desata, vibra
la luz, tiemblan fructíferos arroyos
y zumban las ciudades augúrales.
La fiel imagen palidece
y me yergo, levito y atormento
queriendo hacer de mí un Mario inalcanzable
para mí mismo, en el ser incesante
un fuego que reengendra su ardimiento.
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